Un poco como continuación de la entrada anterior, trataré de brindarte otros puntos de vista a esta temática.
Parecería que el pasar del tiempo en forma acelerada es algo nuevo, exclusivo de las nuevas generaciones, amparadas en los adelantos tecnológicos y la perversidad de los fabricantes que, entre modas y obsolescencias programadas, nos mantienen en medio de una vorágine de cambios y continuas adaptaciones a estos.
Sin embargo, los poetas desde siempre le han dedicado sus versos a lo efímero de la vida, a los cambios constantes , al resistir del hombre a la propia evolución, a lo provisorio como duradero, según el incisivo decir de Eduardo Milán en un tramo de su obra “La vida mantis”, que aquí te transcribo.
El aleteo de una mariposa en Nueva York,
para siempre. Dicho así, como de pasada, dicho
así, como verdadero. El aleteo de una mariposa
en Nueva York, como de pasada.
Si quisiéramos podríamos concluir que sólo
lo provisorio es duradero. Pero no queremos.
Curiosamente, este estatus de duradero alcanzado por algo provisorio, está espléndidamente contado en el breve relato “El banquito”, de Eduardo Galeano. Si bien en este blog te tengo acostumbrado a mostrarte poemas, lo breve de esta pieza y su calce perfecto en la temática, casi que me obliga a hacer una excepción y mostrarte algo de narrativa. Aunque Galeano buscaba satirizar las burocracias administrativas y el desconocimiento de las razones de las cosas, el relato muestra cómo algo insignificante puede llegar a perpetuarse.
Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.
En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho, por algo sería.
Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca.
Transformar lo efímero y lo provisorio en algo perenne y duradero va contra natura. Lo real es que los cambios son el motor del mundo, son la carga del tiempo y a la larga, los que inevitablemente operan indefectiblemente, no se pueden impedir, a lo sumo se podrá atenuarlos por un tiempo, nada más.
Es en este concepto es que en mi poema LXXXI de “Soy el silencio”, el que puedes ver completo en la entrada anterior del blog, si bien estoy paradójicamente diciendo lo opuesto que Milán – lo provisorio es duradero – frente a la afirmación que lo único estable es el cambio continuo, en realidad se están mostrando las dos caras de una misma moneda.
Pero nada hay más estable que el cambio a cada instante,
no existen realidades guardando eternidad,
la tierra rota libre, mirando hacia adelante
y en cada giro muda otra vez su identidad.
El tiempo, la vida, la edad, los cambios, el no poder volver atrás, completan este tema en las menciones a otros clásicos que aquí te presento.
“No para el tiempo , sino pasa; muere”, fragmento, de Jorge Cuesta
No para el tiempo, sino pasa; muere
la imagen de sí, que a lo que pasa aspira
a conservar igual a su mentira.
No para el tiempo; a su placer se adhiere.
“¡Vivir en sí, qué espanto!”, fragmento, de José Martí
¡Cambio es la vida! vierten los humanos
de sí el fecundo amor: y luego vierte
la vida universal entre sus manos
modo y poder de dominar la muerte.
“La clavellina muerta”, de José Tomás de Cuellar
Surque esa clavellina el mar; y muerta
Aún fiel testigo sea
De constancia y de amor. Ayer abierta
Entre otras mil se alzaba,
Y emblema de mi fé simbolizaba
De mejor porvenir la dulce idea.
¡Oh cuanto es inestable
La humana suerte, y triste y transitoria,
Cuanta mudanza en la pequeña historia
De una vida tan corta y miserable!
Yo que, gozoso soñador, un mundo
Miro brotar de la primera hora
De nuestro inmenso amor, y que la aurora
De eterna luz creía
El primer resplandor de aquel fecundo
“Sobre el poder del tiempo”, fragmento, de José Cadalso
Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas:
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había.
“Infancia”, de Líber Falco
Vivías en una casa grande.
Grandes pájaros asomaban a tus ventanas.
Y como su todo por primera vez
por vez primera todo se aprestara a vivir
cada mañana de nuevo y siempre
descubrías las cosas y los seres del mundo,
de nuevo y siempre cada mañana siempre.
Mas, el tiempo pasó.
Pasaron días y días; tiempo y tiempo.
Y vino, y sobrevino la noche.
NOTA: La imagen corresponde a la pintura “La persistencia de la memoria” de Salvador Dalí.
Espero volver a verte por aquí…
Hermoso
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