LA EMBRIAGUEZ

El concepto de ebriedad o borrachera ayuda al poeta a representar los excesos de cualquier situación humana. En algunos casos a secas y otros mediante el uso, ciertamente más poético de embriaguez. En algunos casos son excesos positivos y en otros representan la decadencia más extrema.  

En mi segundo libro, “Plegarias en penumbra”, el poema LVII alude al hastío, la modorra, la rutina, en definitiva, la nada. La embriaguez sería un exceso de nada.

La embriaguez,

que pernocta

allende mis rutinas;

el empacho,

que convive

abrazado a mis costumbres;

la modorra,

que yace

nutriendo mi hastío;

la quietud,

que me lleva

sin freno ni traba

al vacío

que me espera,

me acompaña,

desconcierta

y somete.

Ebrio de nada,

sediento,

alimento mi tedio,

disfruto mis ausencias.

Ya no hay añoranzas,

la euforia es mi pasado…

Me dejo llevar.

Al fin mi arco iris

consiente los grises…

Líber Falco, en una estrofa de su poema “Extraña compañía” utiliza el término ebrio en su sentido literal de borracho:

Sin embargo, con ella a mi costado

yo amé la vida, las cosas todas;

lo que viene y lo que va.

Yo amé las calles donde,

ebrio como un marino,

secretamente fui de su brazo.

En tanto más adelante, en el mismo poema, el sentido es ciertamente figurado, donde la ebriedad invoca el exceso, cosas positivas asociadas al amor.

Mas tocaba a veces la luz del día.

Con ella a mi costado,

ebrio de tantas cosas que el amor nombraba,

como a una fruta

tocaba a veces la luz del día.

Y entre los clásicos abundan muchísimos ejemplos, como los que siguen a continuación, los que si supusieran una enunciación completa sería interminable.

“Trabajar para la muerte” (fragmento), de Idea Vilariño

El sol el sol su lumbre

su afectuoso cuidado

su coraje su gracia su olor caliente

su alto

en la mitad del día

cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo

tambaleándose y de oro

como un borracho puro.

“El mensaje perdido” (fragmento), de Marilina Rébora

El mensaje perdido

se lo ha llevado el viento, esa mano de olvido,

el pequeño mensaje que quedara en la puerta;

se fue sobrevolando, como ebrio o perdido,

la rumorosa calle, en la tarde desierta.

“Mi caballero” (fragmento), de José Martí

Ebrio él de gozo,

de gozo yo ebrio,

me espoleaba

mi caballero:

¡qué suave espuela

sus dos pies frescos!

“Habanera” (fragmento), de Mario Benedetti

Nada de eso es exceso de ron o de delirio

quizá una borrachera de cielo y flamboyanes

lo cierto es que esta noche el carnaval arrolla

y hay mulatas en todos los puntos cardinales.

“Voluntad”, de Alfonsina Storni —

Mariposa ebria,

la tarde,

giraba sobre nuestras cabezas

estrechando sus círculos

de nubes blancas

hacia el vértice áspero

de tu boca

que se abría frente al mar.

Cielo y tierra

morían,

en la música verde de las aguas

que no conocían caminos.

«Poema 9» (fragmento),  de Pablo Neruda

Ebrio de trementina y largos besos,

estival, el velero de las rosas dirijo,

torcido hacia la muerte del delgado día,

cimentado en el sólido frenesí marino.

El espejo de agua (fragmento), de Vicente Huidobro

De pie en la popa siempre me veréis cantando.

Una rosa secreta se hincha en mi pecho

Y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.

“La estrella del destino” (fragmento), de Julio Herrera Reissig —

La tumba, que ensañáse con mi suerte,

me vio acercar a vacilante paso,

como un ebrio de horrores, que al acaso

gustase la ilusión de sustraerte.

“Rosa de mi abril” (fragmento), de Ramón María del Valle Inclán

Ciego de azul, ebrio de aurora,

era el vértigo del abismo

en el grano de cada hora,

y era el horror del silogismo.

“Bordas de hielo”, de César Vallejo

Vengo a verte pasar; hasta que un día,

embriagada de tiempo y de crueldad,

vaporcito encantado siempre lejos,

la estrella de la tarde partirá!

“Mi aurora” (fragmento), de Delmira Agustini

Hoy toda la esperanza que yo llorara muerta

surge a la vida alada del ave que despierta

ebria de una alegría fuerte como el dolor;

y todo luce y vibra, todo despierta y canta,

como si el palio rosa de su luz viva y santa

abriera sobre el mundo la aurora de mi amor.

“¡Dolor! ¡dolor! eterna vida mía”, de José Martí

¡Dolor! ¡dolor! eterna vida mía,

ser de mi ser, sin cuyo aliento muero!

* * *

goce en buen hora espíritu mezquino

al son del baile animador, y prenda

su alma en las flores que el flotante lino

de mujeres bellísimas engasta:

goce en buen hora, y su cerebro encienda

en la rojiza lumbre de la incasta

hoguera del deseo:

yo, embriagado de mis penas, me devoro,

y mis miserias lloro,

y buitre de mí mismo me levanto,

y me hiero y me curo con mi canto,

buitre a la vez que altivo Prometeo.

“La higuera”, de Juana de Ibarbourou

Porque es áspera y fea,

porque todas sus ramas son grises,

yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos:

ciruelos redondos,

limoneros rectos

y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,

todos ellos se cubren de flores

en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste

con sus gajos torcidos que nunca

de apretados capullos se visten…

Por eso,

cada vez que yo paso a su lado,

digo, procurando

hacer dulce y alegre mi acento:

-es la higuera el más bello

de los árboles en el huerto.

Si ella escucha,

si comprende el idioma en que hablo,

¡qué dulzura tan honda hará nido

en su alma sensible de árbol!

y tal vez a la noche,

cuando el viento abanique su copa,

embriagada de gozo, le cuente:

-hoy a mí me dijeron hermosa.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “El triunfo de Baco”, de Diego Velázquez.

Espero volver a verte por aquí.

EL CAMBIO CONSTANTE

Un poco como continuación de la entrada anterior, trataré de brindarte otros puntos de vista a esta temática.

Parecería que el pasar del tiempo en forma acelerada es algo nuevo, exclusivo de las nuevas generaciones, amparadas en los adelantos tecnológicos y la perversidad de los fabricantes que, entre modas y obsolescencias programadas, nos mantienen en medio de una vorágine de cambios y continuas adaptaciones a estos.

Sin embargo, los poetas desde siempre le han dedicado sus versos a lo efímero de la vida, a los cambios constantes , al resistir del hombre a la propia evolución, a lo provisorio como duradero, según el incisivo decir de Eduardo Milán en un tramo de su obra “La vida mantis”, que aquí te transcribo.

El aleteo de una mariposa en Nueva York,

para siempre. Dicho así, como de pasada, dicho

así, como verdadero. El aleteo de una mariposa

en Nueva York, como de pasada.

Si quisiéramos podríamos concluir que sólo

lo provisorio es duradero. Pero no queremos.

Curiosamente, este estatus de duradero alcanzado por algo provisorio, está espléndidamente contado en el breve relato “El banquito”, de Eduardo Galeano. Si bien en este blog te tengo acostumbrado a mostrarte poemas, lo breve de esta pieza y su calce perfecto en la temática, casi que me obliga a hacer una excepción y mostrarte algo de narrativa. Aunque Galeano buscaba satirizar las burocracias administrativas y el desconocimiento de las razones de las cosas, el relato muestra cómo algo insignificante puede llegar a perpetuarse.

Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.

En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho, por algo sería.

Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca.

Transformar lo efímero y lo provisorio en algo perenne y duradero va contra natura. Lo real es que los cambios son el motor del mundo, son la carga del tiempo y a la larga, los que inevitablemente operan indefectiblemente, no se pueden impedir, a lo sumo se podrá atenuarlos por un tiempo, nada más.

Es en este concepto es que en mi poema LXXXI de “Soy el silencio”, el que puedes ver completo en la entrada anterior del blog, si bien estoy paradójicamente diciendo lo opuesto que Milán – lo provisorio es duradero – frente a la afirmación que lo único estable es el cambio continuo, en realidad se están mostrando las dos caras de una misma moneda.

Pero nada hay más estable que el cambio a cada instante,

no existen realidades guardando eternidad,

la tierra rota libre, mirando hacia adelante

y en cada giro muda otra vez su identidad.

El tiempo, la vida, la edad, los cambios, el no poder volver atrás, completan este tema en las menciones a otros clásicos que aquí te presento.

“No para el tiempo , sino pasa; muere”, fragmento, de Jorge Cuesta

No para el tiempo, sino pasa; muere

la imagen de sí, que a lo que pasa aspira

a conservar igual a su mentira.

No para el tiempo; a su placer se adhiere.

“¡Vivir en sí, qué espanto!”, fragmento, de José Martí

¡Cambio es la vida! vierten los humanos

de sí el fecundo amor: y luego vierte

la vida universal entre sus manos

modo y poder de dominar la muerte.

“La clavellina muerta”, de José Tomás de Cuellar

Surque esa clavellina el mar; y muerta

Aún fiel testigo sea

De constancia y de amor. Ayer abierta

Entre otras mil se alzaba,

Y emblema de mi fé simbolizaba

De mejor porvenir la dulce idea.

¡Oh cuanto es inestable

La humana suerte, y triste y transitoria,

Cuanta mudanza en la pequeña historia

De una vida tan corta y miserable!

Yo que, gozoso soñador, un mundo

Miro brotar de la primera hora

De nuestro inmenso amor, y que la aurora

De eterna luz creía

El primer resplandor de aquel fecundo

“Sobre el poder del tiempo”, fragmento, de José Cadalso

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,

todo cede al rigor de sus guadañas:

ya transforma los valles en montañas,

ya pone un campo donde un mar había.

“Infancia”, de Líber Falco

Vivías en una casa grande.

Grandes pájaros asomaban a tus ventanas.

Y como su todo por primera vez

por vez primera todo se aprestara a vivir

cada mañana de nuevo y siempre

descubrías las cosas y los seres del mundo,

de nuevo y siempre cada mañana siempre.

Mas, el tiempo pasó.

Pasaron días y días; tiempo y tiempo.

Y vino, y sobrevino la noche.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “La persistencia de la memoria” de Salvador Dalí.

Espero volver a verte por aquí…

LA INTERVENCIÓN DEL HOMBRE, LOS CAMBIOS Y EL MEDIO AMBIENTE

La reciente pandemia, que nos hizo reflexionar sobre las fuerzas naturales contra las que el hombre no puede luchar, y ganar tan fácilmente, la guerra, siempre inexplicable, pero siempre justificada por ambos bandos y la evolución del mundo, siempre avanzando hacia la aparente superación, al dominio de la naturaleza, no nos hace otra cosa que esperar la respuesta de ella. El hombre no solo está en guerra con el hombre, también lo está con la naturaleza y, aunque crea que va ganando, es evidente que va perdiendo. El cambio climático, cada vez más innegable es una de las tantas pruebas de ellas.

La poesía se ha ocupado de todos estos temas, ya desde la definición de un clima agradable e ideal como de su destrucción por el hombre.

El poema LXXXI de mi libro “Soy el silencio” aborda los cambios, veloces, de la naturaleza, no exento de la incidencia de la mano del hombre.

Podrá quizás la lluvia arrasar con las pisadas,
las huellas que el camino al tiempo le mostró,
podrá el trueno opacar las voces elevadas
o el rayo la luz que la luna enrostró.

Podrá alterar el mar el contorno de la costa,
o el fuego los maderos reducir a cenizas,
o tornar en esqueletos a las plantas, la langosta,
y un año de sudor, en horas hacer trizas.

Podrán las golondrinas esquivar el invierno,
perdiendo el placer verdadero del verano,
podrá también el hombre sublimar su infierno,
podrá el cincel del tiempo tallarlo veterano.

Pero nada hay más estable que el cambio a cada instante,
no existen realidades guardando eternidad,
la tierra rota libre, mirando hacia adelante
y en cada giro muda otra vez su identidad.

No hay nada que resista la fuerza liberada
del cambio tan solo del tiempo al pasar,
no existe la dicha, permaneciendo inmutada,
ni la angustia que un día no se pueda borrar.

Como no podía ser de otra manera, los clásicos ya se viene ocupando del clima y el hábitat, descriptivamente cuando nuestro mundo era envidiable y, más acá en el tiempo, con los primeros síntomas de deterioro, así como el recurrente tema de la guerra, uno de los eventos más agresivos contra el planeta.
Veamos algunos ejemplos:


Voces de mi copla VIII – n clima, de Juan Ramón Jiménez

está el cielo tan bello,
que parece la tierra.
(Dan ganas de volver
los pies y la cabeza.)


Valle de Yabucoa, fragmento, de Evaristo Ribera Chevremont


Valle que al clima tórrido, basto y vital conformas
tus anchurosidades y tus renacimientos.
Valle que al clima ofreces tus multiformes formas;
formas de exuberancias y de desbordamientos.
Viajero, fragmento, de Vicente Huidobro
Qué clima es éste de arenas movedizas y fuera de su edad
Qué país de clamores y sombreros húmedos
En vigilancia de horizontes
Qué gran silencio por la tierra sin objeto
Preferida sólo de algunas palabras
Que ni siquiera cumplen su destino

Contra la guerra, de Manuel de Zequeira —

De cóncavos metales disparada,
sale la muerta envuelta en estampido
y en torrentes de plomo repartido
brota el Etna su llama aprisionada.

El espanto, el dolor, la ruina airada,
al vencedor oprimen y al vencido,
huye esquivo el reposo apetecido,
solo esgrime el valor sangrienta espada.

El hombre contra el hombre se enfurece,
su propia destrucción forma su historia,
y de sangre teñido comparece

en el sagrado templo de la gloria.
Cese hombre tu furor, tu ambición cese,
si al destruirte a ti mismo es tu victoria.

Combatiente empedernido, de Emilio Bobadilla (fragmento)

Y el hombre contra el hombre, su hermano, inventa medios
de destrucción: cañones, dinamita, fusiles…
Con que pone a su vida y su riqueza asedios,
a rendirse obligándole en condiciones viles.

La flor y la muerte – Miguel Hernández

¡Pobre flor! ¡ Qué mal naciste!
¡Qué fatal que fue tu suerte!
Al primer paso que diste
tropezaste con la muerte
.
 
El dejarte, es cosa triste
el cogerte, cosa fuerte,
pues dejarte con la vida
es quedarte con la muerte

La primavera ha venido, de Rafael Alberti


La primavera ha venido
dejando en el olivar
un libro en cada nido.
Vivir leyendo, leyendo
mientras la paz en el mundo
no se nos vaya muriendo.
Paz, paz, paz para leer
un libro abierto en el alba
y otro en el atardecer.

Paz, de Alfonsina Storni


Vamos hacia los árboles… el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.

Y, para cerrar, te muestro un poema inédito de mi autoría (derechos reservados de autor).

LA CULPA DEL HOMBRE (Gabriel Barrella Rosa)

Nuestro endeble mundo es templo donde los ancestros
nos legaron años de diario vivir cuidado;
como si la herencia fuera un caso olvidado,
es que ahora el hombre le da empujones siniestros.

Resulta todo un arte habitar en convivencia,
junto a tantos seres vivos que no tienen dueño
mientras el hombre soberbio no cede su empeño
porque tan solo busca saciar su apetencia.

Majestuosos los bosques, límpidos los ríos
son solo un relato que ya muy pocos recuerdan,
y pese a que tantas cosas valiosas se pierdan
la corteza se desviste en predios baldíos.

Despojar, extraer y regar los descartes
solo nos muestra un camino de incierto destino,
al amparo de industrias de un poder mezquino
cuyos avaros dineros son sus estandartes.

Cuando sube el calor, se socava la vida,
mientras los mares suben, agrediendo las costas,
por decisiones que cargan miradas angostas
y tan solo agravan del universo su herida.

El hombre es el culpable de tamaña avería,
solo él aniquila lo que el tiempo erigió,
empero es el único que fundamentó
aprendizaje que pueda salvarnos un día.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “Desolation”, de Thomas Cole.

Espero volver a verte por aquí.

CRISTO CRUCIFICADO

El Cristo crucificado es el tema recurrente en el ámbito cristiano, durante la semana santa, especialmente desde el viernes, día de la crucifixión, hasta el domingo de Pascua, en el que los cristianos celebran lo que creen fue su resurrección.

Con enfoque netamente agnóstico, como fue encarado todo mi segundo poemario “Plegarias en penumbras”, le dedico el poema XXV, que aquí te comparto.

Jesús hombre
es un pilar
que no quiero demoler.
¿Quién ha de responder
las dudas,
las preguntas
sobre su divinidad?
Cristo mito,
ese dios
me sumerge en titubeos,
me ahoga en más preguntas
cuando busco las respuestas.
Los quisiera divorciar
la doctrina, de la fe,
el sermón, de su poder,
el nosotros, de su él…
Jesús no quiso ser dios,
nunca levantó un templo,
solo fue la religión,
esa misma
que lo resucitó,
cuando su mensaje
nunca jamás murió.
Jesús no fue cristiano
y aunque fue religioso
su mensaje vigente,
laico lo recibo hasta hoy.
El tan solo habló de amor,
mansedumbre,
trabajo, justicia,
consuelo al dolor.

Al momento de evocar a los clásicos, los hay creyentes, los hay ateos y a continuación creo brindarte un extracto representativo de los ríos de tintas que han derramado los poetas a lo largo de los siglos.

La primera referencia, por historia, por su calidad de religiosa y hasta por el apellido que lleva por elección, el cual hace al tema de hoy, va para Sor Juana Inés de la Cruz:

Firma Pilatos la que juzga ajena

sentencia, y es la suya ¡Oh caso fuerte!

quién creerá, que firmando ajena muerte,

el mismo juez en ella se condena.

La ambición de sí, tanto le enajena,

que con el vil temor ciego no advierte,

que carga sobre sí la infausta suerte,

quien al justo sentencia a injusta pena.

Jueces del mundo, detened la mano

aún no firméis mirad si son violencias

las que os pueden mover de odio inhumano.

Examinar primero las conciencias,

mirad no haga el juez recto, y soberano,

que en la ajena firméis vuestra sentencia.

Si bien es un poema largo, LA MUERTE Y EL CABALLERO de Andrés Eloy Blanco, es bien representativo de la temática que nos convoca, por lo que te lo comparto completo.

Oye, hermano, la linda historia
de la Muerte y el Caballero
que le ocurrió al Niño Jesús
cuando era niño carpintero.

Y al oírla piensa en la gloria
de un gran dolor y un gran denuedo
y en como el sufrir es el vino
que embriaga a las almas sin miedo.

Sucedió que en niño Jesús,
cuando era niño carpintero,
regresaba una vez del bosque
trayendo en el hombro un madero.

-Como pesa, madre, este leño.
¡Me duelen los hombros! _decía;
y le enjugaba los sudores
la señora Santa María.

San José le dijo: – Has sufrido,
pero te he de hacer un regalo:
con el madero que trajiste
te haré un caballito de palo.

Con el viejo tronco sin vida
hizo un caballo el carpintero
y el leño parecía un arbusto
florecido en el caballero.

El niño detuvo su potro
y con serena gracia habló:
– Tú me cabalgaste, madero;
ahora te cabalgo yo.

Pasaron veinte años. Un día
marchaba Jesús al martirio
con una cruz sobre los hombros
el peñasco encima del lirio.

¡Como pesa, madre, este leño!
Y Jesucristo sonreía
y con su llanto caminaba
la señora Santa María.

Llegó al Calvario y dijo Cristo:
-Esta es mi cruz y mi regalo;
con el madero que me duele
haré un caballito de palo.

Lo clavaron: quedó sembrado
y desde arriba Cristo habló:
-Tú me cabalgaste, madero,
ahora te cabalgo yo.

Sobre el viejo leño sin vida
quedó el hijo de Dios clavado
y la cruz parecía un arbusto
florido en el Crucificado.

Pero ante el asombro de todos
azuzó Jesús el madero
y galoparon cielo arriba
el caballo y el Caballero
.

Hermano: la cruz es la gracia
de Dios en el alma del fuerte.
Pídele un caballo de palo
al Caballero de la Muerte.

También, esta vez de autor anónimo, aunque algunos sospechan que puede ser de Francisco de Quevedo va este “Soneto a Cristo crucificado”:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido:
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No tienes que me dar porque te quiera;
pues aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Y en esta selección no puede faltar la “Oración al Cristo del Calvario” de la nobel chilena Gabriela Mistral:

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Amén.

El poema al Cristo de Velázquez, de Miguel de Unamuno, también difícil de resumir, tengo que dártelo completo:

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno. Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce Noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!

“Pastor que con tus silbos amorosos” (fragmento), de Lope de Vega

Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
Tú, que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño
y la palabra de seguirte empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

“Cristo en la cruz”, de Jorge Luis Borges:

Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,

piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

No faltan menciones a la cruz de parte de César Vallejo, donde rescato este fragmento de “El pan nuestro”:

Se quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz
volaron desclavadas de la Cruz!

La introducción de “Prometeo” (fragmento) de Julián del Casal, alude al calvario de Cristo..

Bajo el dosel de gigantesca roca
yace el titán, cual Cristo en el calvario,
marmóreo, indiferente y solitario,
sin que brote el gemido de su boca.

Y para cerrar, quizás el más conocido, dada la divulgación que le dio el catalán Joan Manuel Serrat: La saeta, de Antonio Machado:

¡Oh la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

Nota: La imagen corresponde a “El Cristo crucificado” de Velázquez, justamente aludido en el poema de Miguel de Unamuno, transcripto en la entrada de hoy. El original está en el museo del Prado, Madrid.

Espero volver a verte por aquí.

EL CANSANCIO

El enfrentamiento del hombre con todos los obstáculos que desde siempre le interpuso la naturaleza, fue el origen del trabajo y este, del cansancio y el descanso. La poesía recoge este ciclo tan humano desde que el hombre escribe, y aun antes, desde que dibuja.
En mi poemario “Soy el silencio”, el poema XIX aborda del cansancio, como orgullo por el causante, como sin dudas lo fue el trabajo, el esfuerzo. Curiosamente, es uno de los pocos poemas de mi autoría donde salta la hilacha de mis orígenes como contador, lo cual es fácilmente apreciable en sus versos:

Mi cansancio es quizás mi mayor patrimonio,
prueba tangible del esfuerzo no ahorrado,
el sopor abrumante me da el testimonio
de que el día invertí, que no fue mal gastado
.

He sembrado de a poco, apostando al futuro,
he vertido el sudor en pos de una ilusión,
postergando el descanso, afanoso procuro
no dejar empañar mi precisa visión.

A través de los campos que corro anhelante,
aislando la niebla y el helado rocío,
voy en busca de algo que me saque adelante,
que aún no sé lo que es, mas por ello porfío.

La cosecha me aguarda un día no esperado,
que yo sé al despertarme he de reconocer,
con la paz del hombre que percibe ha logrado
todas las cosas que siempre supo creer.

En su poema “La siesta”, Julio Herrera y Reissig incluye dos magníficos versos, en los cuales los campesinos, de alguna manera, sufren más el día de descanso, el domingo, por usar la ropa para la que no están entrenados que con el propio trabajo rudo de los otros seis días.

Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda
las ropas que el domingo sufren los campesinos…

Siguiendo con el material clásico, en este fragmento de “Eso” de Idea Vilariño, el cansancio es prácticamente el iniciador del resto de los sentimientos.

Mi cansancio
mi angustia
mi alegría
mi pavor
mi humildad
mis noches todas
mi nostalgia del año
mil novecientos treinta
mi sentido común
mi rebeldía.

En “Quiero morir”, la misma Idea Vilariño aborda un cansancio que la desborda, como lo muestra este fragmento del poema:

Quiero morir, y entonces me grita estás muriendo,
quiero cerrar los ojos porque estoy tan cansada.
Si no hay una mirada ni un don que me sostengan,
si se vuelven, si toman, qué espero de la noche.

Y aquí va una selección, pequeña, de poemas que se ocupan de esta temática:

“Estoy cansado”, de Luis Cernuda

Estar cansado tiene plumas,
tiene plumas graciosas como un loro,
plumas que desde luego nunca vuelan,
mas balbucean igual que loro.
Estoy cansado de las casas,
prontamente en ruinas sin un gesto;
estoy cansado de las cosas,
con un latir de seda vueltas luego de espaldas.
Estoy cansado de estar vivo,
aunque más cansado sería el estar muerto;
estoy cansado del estar cansado
entre plumas ligeras sagazmente,
plumas del loro aquel tan familiar o triste,
el loro aquel del siempre estar cansado.

“Canción de la mujer astuta” (fragmento), de Alfonsina Storni

Y a través de mi carne, miserable y cansada,
filtra un cálido viento de tierra prometida,
y bebe, dulce aroma, mi nariz dilatada
a la selva exultante y a la rama nutrida.

“Despecho” (fragmento), de Juana de Ibarbourou

¡ah, qué estoy cansada! me he reído tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.

“Estudio con algo de tedio” (fragmento), de Roque Dalton García

Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.

“Tarde” (fragmento) de Federico García Lorca

Noviembre de 1919
tarde lluviosa en gris cansado,
y sigue el caminar.
Los árboles marchitos.
Mi cuarto, solitario.
Y los retratos viejos
y el libro sin cortar…

“Madre Naturaleza” (fragmento), de Manuel Gutiérrez Nájera

Madre, madre, cansado y soñoliento
quiero pronto volver a tu regazo;
besar tu seno, respirar tu aliento
y sentir la indolencia de tu abrazo.

“Ansiedad” (fragmento), de Marilina Rébora

Ansiedad
ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.

“Calor, cansado voy con mi oro, a donde” (fragmento) de César Vallejo —

Calor, cansado voy con mi oro, a donde
acaba mi enemigo de quererme.
¡C’est septembre attiédi, por ti, febrero!
es como si me hubieran puesto aretes.
París, y 4, y 5, y la ansiedad
colgada, en el calor, de mi hecho muerto.

Nota: La imagen corresponde a la obra: “Descanso Del Trabajo, Después De Millet”, de Vincent Van Gogh.

Espero volver a verte por aquí…

GRANDES MUJERES DE LA POESÍA HISPANOAMERICANA

Como homenaje al mes de la mujer, hoy, 8 de marzo te llevaré a un recorrido por las mayores poetisas americanas de la historia. Obviamente la lista es abreviada, ya que hay innumerables mujeres que deberían estar en ella, pero debimos ceñirnos a una selección reducida.

Por el mismo motivo es que solo puedo incluir una estrofa de un poema de cada una de ellas.

Aquí va la lista, ordenada por fecha de nacimiento.

  1. Sor Juana Inés de la Cruz, México, 1651

Amor empieza por desasosiego,

solicitud, ardores y desvelos;

crece con riesgos, lances y recelos;

susténtase de llantos y de ruego.

  1. Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cuba 1814

¡Del huracán espíritu potente,

rudo como la pena que me agita!

¡Ven, con el tuyo mi furor excita!

¡Ven con tu aliento a enardecer mi mente!

  1. Salomé Ureña, Rep. Dominicana, 1850

Se estremece el alcázar opulento

de bien, de gloria, de grandeza suma,

que fabrica tenaz el pensamiento;

¡bajo el peso se rinde que le abruma!

  1. María Eugenia Vaz Ferreira, Uruguay, 1875

Violetas de los prados en el solar fragante,

rosas de los pensiles rojas y perfumadas

que al pasajero abrieron su misterioso broche;

el náufrago retorna como una sombra errante,

sin una sola estrella de flámulas doradas

con que alumbrar el fondo de su infinita noche.

  1. Delmira Agustini, Uruguay, 1886

Amor, la noche estaba trágica y sollozante

cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;

luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,

tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

  1. Gabriela Mistral, Chile, 1889

Si yo te odiara, mi odio te daría

en las palabras, rotundo y seguro;

¡pero te amo y mi amor no se confía

a este hablar de los hombres tan oscuro!

  1. Alfonsina Storni, Argentina, 1892

Tú me quieres alba,

me quieres de espumas,

me quieres de nácar.

Que sea azucena

sobre todas, casta.

De perfume tenue.

Corola cerrada

  1. Juana de Ibarbourou, Uruguay, 1892

Si ella escucha,

si comprende el idioma en que hablo,

¡qué dulzura tan honda hará nido

en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,

cuando el viento abanique su copa,

embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

  1. Magda Portal, Perú, 1900

Yo soy un mar porque no hubiera sido un río

Un mar sin cauces

De verdes alegrías

I de profundas soledades

Un mar abarcador

de la Vida i la Muerte

del que parten i al que confluyen

todas las fuerzas de la Vida

  1. Silvina Ocampo, Argentina, 1903

Mátame, espléndido y sombrío amor,

si ves perderse en mi alma la esperanza;

si el grito de dolor en mí se cansa

como muere en mis manos esta flor.

  1. María Calcaño, Venezuela, 1906

Cómo van a verme buena

si me truena

la vida en las venas.

¡Si toda canción

se me enreda como una llamarada!

y vengo sin Dios

y sin miedo…

  1. Josefina Pla, Paraguay, 1909

La mañana irisada, como fino cristal

se curvó sobre el ancho campo reverdeciente.

A la abismal succión del azul transparente,

agriétase la carne de un ansia germinal.

  1. Concha Urquiza, México, 1910

Mi corazón olvida

y asido de tus pechos se adormece:

eso que fue la vida

se anubla y oscurece

y en un vago horizonte desparece.

  1. Violeta Parra, Chile, 1917

Que vivan los estudiantes

Jardín de nuestra alegría

Son aves que no se asustan

De animal ni policía.

Y no le asustan las balas

Ni el ladrar de la jauría

Caramba y sambalacosa

¡qué viva la astronomía!

  1. María Teresa Sánchez, Nicaragua, 1918

En el río que brota sus raudales

pongo mi corazón estremecido.

Pongo en los mares,

y en el acento de las tempestades,

pongo mis latidos.

  1. Idea Vilariño, Uruguay, 1920

Ya no será

ya no

no viviremos juntos

no criaré a tu hijo

no coseré tu ropa

no te tendré de noche

no te besaré al irme

nunca sabrás quién fui

por qué me amaron otros.

  1. Meira Delmar, Colombia, 1922

La muerte no es quedarme

con las manos ancladas

como barcos inútiles

a mis propias orillas,

ni tener en los ojos,

tras la sombra del párpado

el último paisaje

hundiéndose en sí mismo.

  1. Ida Vitale, Uruguay, 1923

Corta la vida o larga, todo

lo que vivimos se reduce

a un gris residuo en la memoria.

De los antiguos viajes quedan

las enigmáticas monedas

que pretenden valores falsos.

De la memoria sólo sube

un vago polvo y un perfume.

¿Acaso sea la poesía?

  1. Claribel Alegría, Nicaragua/El Salvador, 1924

Cuando te sientes sola

entre sus brazos

y tu piel es frontera

y no te brota el llanto

sólo te queda

la sonrisa.

  1. Rosario Castellanos, México, 1925

Quisimos aprender la despedida

y rompimos la alianza

que juntaba al amigo con la amiga.

Y alzamos la distancia

entre las amistades divididas.

  1. Blanca Varela, Perú, 1926

porque te alimenté con esta realidad

mal cocida

por tantas y tan pobres flores del mal

por este absurdo vuelo a ras de pantano

ego te absolvo de mí

laberinto hijo mío

  1. Olga Elena Mattei, Puerto Rico/Colombia, 1933

Si me vieras

en estado de éxtasis,

efervesciendo interiormente,

con esta sensación

quemante y dolorosa

de tener en las venas

líquidos ácidos…

  1. Alejandra Pizarnik. Argentina, 1936

Mata su luz un fuego abandonado.

Sube su canto un pájaro enamorado.

Tantas criaturas ávidas en mi silencio

y esta pequeña lluvia que me acompaña

  1. Cristina Peri Rossi, Uruguay, 1941

Me gustaría

poder decirte:

Ven cuando quieras,

te estaré esperando.

Los barcos son así

son así los muelles

y los viajeros.

  1. Gioconda Belli, Nicaragua, 1948

Déjame que esparza

manzanas en tu sexo

néctares de mango

carne de fresas;

Tu cuerpo son todas las frutas.

  1. Coral Bracho, México, 1951

La brisa toca con sus yemas

el suave envés de las hojas. Brillan

y giran levemente.

Las sobresalta y alza

con un suspiro, con otro. Las pone alerta.

Espero volver a verte por aquí…

LA VERDAD

Como te vengo mostrando en varias de las entradas del blog, los poetas, a lo largo del tiempo, van buscando temas sobre los que expresarse. Hoy te voy a llevar a la aparente dicotomía entre la verdad y la mentira, como si existiera una sola verdad y varias mentiras. Desde siempre se incursionó en este tema, que más que un tema es una pregunta. No todos pueden llegar a reconocer la verdad. El propio Sócrates decía que nadie podía, pero él era el único que asumía esta imposibilidad humana. Así, quizás van a existir tantas verdades como sujetos pensantes, verdades parciales, verdades sometidas a supuestos, pero ninguna que pueda definir la realidad absoluta. Su discípulo Platón sostenía que el mundo verdadero era el de las ideas. A su vez, Aristóteles, en oposición a su maestro, ubicaba a ese mundo verdadero en lo sensible y que la esencia de las cosas reside en ellas mismas, en su materia y su forma. De alguna forma “la única verdad” es la realidad.

Y en medio de este concepto de las diferentes verdades que la poesía aborda, me viene el tema de los espejismos, uno de los peores enemigos de la verdad. La apariencia que engaña a los sentidos del hombre, como justamente abordo en el poema V de “Soy el silencio”, “Espejismo”:

Por no ver más allá de mis ojos
se me escapa del hombre su esencia,
y al buscar en la piel su consciencia
yo concibo tan solo despojos.

¡Ay! Montaña de picos nevados
que no enfrían tus blancos eternos,
desde aquí pareces poseernos,
mas el frío se queda a tus lados.

Y si el sol no derrite tu cresta,
aun calcinando en cada verano
cualquiera valle de él más lejano,
¿cómo sigue la nieve su fiesta?

Tan falaz resulta lo aparente,
tan corto de alma, cuerpo y razón,
si la duda no tiene un rincón
donde echar su promiscua simiente.

Arco Iris que engalanas el cielo
de colores que son rebeldía,
al mutar lo gris claro del día

la ilusión de tocarte es mi anhelo.

¿Dónde encuentro tu extremo en la tierra,
si el horizonte lo oculta lejos,
y al pasar otra cuesta, perplejos,
lo vemos arrullando otra sierra?

¿Serán mis ojos? ¿Yo veo o creo?
¿O la razón buscando en el mundo,
un sentido real y rotundo?
¿La verdad o tan solo el deseo?

Espejismo que guardas distancia,
si no intento acercarme, tú existes,
de placer y sosiego te vistes,
y puedo olfatear tu fragancia.

Y el dilema que surge en torrente,
si buscar la verdad o dejarla,
si aceptar, perseguir o inventarla,
si dejar volar libre a la mente.

Escarbar superficies ya blandas,
ya macizas, mas siempre con fe,
o aceptar la imagen que se dé
sin siquiera tocar sus barandas.

¿Es más feliz el que busca en lo hondo,
o aquél que acepta lo obvio y lo toma?
¿Quien al mundo tornasol se asoma,
o quien sigue hasta llegar al fondo?

Y en un poemario más filosófico como lo es “Plegarias en penumbra”, cuyo hilo conductor recorre las preguntas más básicas del hombre, el tema de la verdad está siempre presente, la mayoría de las veces con las respuestas. Esas preguntas que no tienen respuesta cierta, más allá de que los hombres de fe, tanto ateos como creyentes, las consideren obvias, son la base de poemas como el XVIII:

Más sabio,
más triste,
tu felicidad
se cayó con el conocimiento.
No todas las voces
enseñan.
No todas las letras
despejan.
Pero aquellas,
las que encuentras,
las que recorres,
las que olfateas,
aquellas que muestran,
las que abrazas,
las que aprietas,
esas son las voces,
esas son las letras
acarreando el saber,
acercando la verdad,
tu verdad,
nuestra verdad.
Despiertas,
la ignorancia era tu escudo,
te escondía,
te paseaba,
te dejaba respirar…

O, como en el XLVI, en el que se enfrentan, como siempre, la verdad y la duda.

El andar nunca termina
en verdades reveladas,
absolutas;
y la pérfida duda
de saber si llegas,
si erraste y ya es tarde,
si el esfuerzo
fue solo el combustible
en tu obstinado vagar

O como esta estrofa del poema LXXXI, “Sin brindis”, en el que se manifiesta el mismo conflicto, pero sin aceptar las soluciones que vengan de afuera…

No me ofrezcan verdades,
no insinúen certezas,
vuestra lucha es mi pelea,
si tan solo voy marchando
las tinieblas de mi ignorancia
a través de la penumbra
de mis dudas,
de mis preguntas.
La media luz de mis propias respuestas
me hace beber mis culpas,
sin brindis,
solo yo, conmigo…

Al pasar a los clásicos, ya en el siglo de oro de la poesía española aparece Gutierre de Cetina, cantándole a la verdad, con la metáfora universal de la luz del día en “Sigue a la obscura noche el claro día”,

Y aquella obscuridad que el aire hace,
el sol la aclara toda y la deshace,
y la sombra y temor de sí desvía.
Así de mi verdad, señora mía,
el sol que alguna vez mirar os place,
aclara, justifica y satisface
la obscuridad que mala lengua envía.
Desterrad, pues, por dios, aquella sombra
que el aire os ocupó claro y sereno,
para que el sol de la verdad se vea.
Y entonces, si de mí cosa os asombra,
veréis de un tal amor mi pecho lleno,
tan claro que no hay sol que más lo sea.

Juan Zorrilla de San Martín, cierra su poema “Imposible” con la búsqueda de la verdad, entender la realidad desfigurada de los recuerdos, en el juego de la vida, mentiras y verdad.

¡Qué dulce realidad la del recuerdo,
vaga ilusión que a otra ilusión imita!
No entiendo el corazón cuando palpita,
mecido por su aliento celestial.
¡Y me habla tanto en su lenguaje mudo!
¿Cuándo lo entenderé? … Cuando la vida,
en mundo de recuerdos convertida,
de mentiras engendre una verdad!

“Más verdad”, de Jorge Guillén quien ya en su título, expresa la renuncia a una verdad absoluta y la conformidad con mejorarla. La verdad no es total y se debe buscar más.

Sí, más verdad,
objeto de mi gana.
Jamás, jamás engaños escogidos.
¿Yo escojo? yo recojo
la verdad impaciente,
esa verdad que espera a mi palabra.
¿Cumbre? sí, cumbre
dulcemente continua hasta los valles:
un rugoso relieve entre relieves.
Todo me asombra junto.
Y la verdad
hacia mí se abalanza, me atropella.
Más sol,
venga ese mundo soleado,
superior al deseo
del fuerte,
venga más sol feroz.
¡Más, más verdad!

En “Invitación al aire”, Rafael Alberti también toma a la oscuridad, la sombra, como la que esconde la luz de la verdad.

Te invito, sombra, al aire.
Sombra de veinte siglos,
a la verdad del aire,
del aire, aire, aire.
Sombra que nunca sales
de tu cueva, y al mundo
no devolviste el silbo
que al nacer te dio el aire,
del aire, aire, aire.
Sombra sin luz, minera
por las profundidades
de veinte tumbas, veinte
siglos huecos sin aire,
del aire, aire, aire.
¡Sombra, a los picos, sombra,
de la verdad del aire,
del aire, aire, aire!

En este fragmento de “Esperanza”, Amado Nervo sueña con que la esperanza sea verdad…

¿Y por qué no ha de ser verdad el alma?
¿qué trabajo le cuesta al dios que hila
el tul fosfóreo de las nebulosas
y que traza las tenues pinceladas
de luz de los cometas incansables
dar al espíritu inmortalidad?

Al comenzar su Poema LXXIII, de “Trilce”, César Vallejo también acude a la verdad

Ha triunfado otro ay. La verdad está allí.
Y quien tal actúa ¿no va a saber
amaestrar excelentes dijitígrados
para el ratón sí… No…?
Ha triunfado otro ay y contra nadie.

O la reflexión que Pablo Neruda abre en “Me peina el viento los cabellos”

Y el viento, el viento que me peina
como una mano maternal!
mi verdad: se pierde en la noche:
no tengo noche ni verdad!

Como también en esta estrofa de “Ruego a Prometeo” de Alfonsina Storni

Vuelve a encender las furias vengadoras
de Zeus y dame látigo de rayos
contra la boca rota, mas guardando
su ramo de verdad entre los dientes.

Jorge Luis Borges no podía estar ausente a un tema tan trascendental, como en “A una espada en York Minster” (fragmento),

Pese a la larga muerte y su destierro,
la mano atroz sigue oprimiendo el hierro
y soy sombra en la sombra ante el guerrero
cuya sombra está aquí. Soy un instante
y el instante ceniza, no diamante,
y sólo lo pasado es verdadero.

En “Sit pro ratione voluntas!”, Miguel de Unamuno nos cuenta como el error nos rescata de la verdad, esa tan terrible que es la que nos mata…

No la verdad, si la verdad nos mata
la esperanza de no morir, mi puerto
de salvación en el camino incierto
porque me arrastro. Si nos arrebata

la ilusión engañosa que nos ata
á nuestra vida —engaño siempre abierto!-
mejor que estar desengañado y muerto
vivir en el error que nos rescata.

“Adolescente fui en días idénticos a nubes” (fragmento cierre) de Luis Cernuda

Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

Eduardo Milán plantea la discusión del arte y la verdad. No siendo el arte la verdad, tiene tantos puntos de contacto, como el misterio y el miedo a atreverse a resolverlo…

El arte nunca es la verdad
pero hay momentos, hay momentos tan ausentes
como éste, en que la verdad es una forma de arte,
una mina, un trobar, El Dorado. Uno encuentra,
dos reconocen, tres cantan en trío -el trinar-,
cuatro cantan en coro. Y así, un sí de vez en cuando,
se descubre el momento. Cuando el momento se descubre
es casi un hecho. En este momento un hecho es un milagro
porque la verdad es una forma de arte, es el misterio
presente al que nadie se atreve. Por la melodía
parece que canta pero es un concepto,
el ruiseñor-concepto.

Alejandra Pizarnik, en su “Solamente” llega a la comprensión de la verdad, lo que no significa que al haber alcanzado esa meta buscada se lo tenga todo, como lo denota su genial ironía final: “ahora, a buscar la vida”.

Ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida

Ya en los primeros años de su vida, Circe Maia encaraba el tema, con apenas doce años, en el poema llamado precisamente “La verdad” y del que te comparto sus dos estrofas centrales.

Y llamarás en mil puertas
y ninguna se abrirá;
seguirás de puerta en puerta
por la vida, y más allá.

Tan solo cuando al golpear
digas la pura verdad,
se abrirán todas las puertas
al poder de esa verdad.

Y, para terminar, la célebre línea de Joan Manuel Serrat, en uno de sus poemas, más allá de que haya sido escrita en modo canción; esa que nos muestra claramente la diferencia entre lo ideal, emparentado con la felicidad y la verdad, irremediablemente real.

Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, canta Serrat en “Sinceramente tuyo”.

NOTA: La imagen corresponde al cuadro “La verdad saliendo del pozo”, de Jean Leon Gerome.

Espero volver a verte por aquí…

LOS RECUERDOS

Hace unos meses, te hablaba de la memoria y el olvido como fuente de inspiración para los poetas. Y hoy aquí te traigo nuevamente el tema, circunscribiéndolo a los recuerdos.

En el poema LIV de mi “Soy el silencio”, busco una suerte de resignación, quizás un sentimiento de envejecimiento, de cansancio que me transporta a los recuerdos, como refugio. Es un poco la idea del gran dramaturgo Jacinto Benavente, de la imagen que acompaña esta entrada. Vamos envejeciendo a medida que los recuerdos van sustituyendo a las esperanzas, las ruinas entran en lugar de los proyectos

Me entrego por fin a añejos recuerdos,
renuncio a las vivencias del presente,
no habrá ya más lugar para un siguiente,
me voy a recorrer senderos lerdos.

Sin cadenas ni nudos, la memoria
me regale un pretérito novicio,
tan desierto de duelo y sacrificio,
que nula de verdad sangre mi historia.

Resbalen oscuros, mustios perfiles
de la mente ya hastiada de percances
discurriendo al orillo de pretiles

las carentes lecturas de mis trances
para expulsar historias por hostiles
y aceptar rehacerlas cual romances.

También, en el XXXVI de mi segundo poemario, “Plegarias en penumbra”, aparecen los recuerdos, también como evolución de vida con el paso del tiempo.

Acaricio las mañanas de la vida,
el reencuentro con la infancia en el ayer,
los recuerdos de pasiones fraccionadas,
las confusas
pero nítidas memorias,
tan sufridas como leales.
No camuflo
mis inseguros tempranos,
no lamento
haberlos podido salvar.
Celebro,
maduro y consciente,
el recorrido, el viaje,
en tránsito
todavía,
en pleno despegue…
La escalera empinada y torcida,
de peldaños sin del todo esculpir,
resbalones,
la cumbre siempre lejos…
Acaricio las noches de la vida
el encuentro al mañana que está ahí
las ilusiones derogadas con los años
y la pregunta,
y las preguntas
también siguen aquí…

Al momento de remitirnos a los clásicos, podemos ver el “21”, de Miguel Hernández:

¿recuerdas aquel cuello, haces memoria
del privilegio aquel, de aquel aquello
que era, almenadamente blanco y bello,
una almena de nata giratoria?
recuerdo y no recuerdo aquella historia
de marfil expirado en un cabello,
donde aprendió a ceñir el cisne cuello
y a vocear la nieve transitoria.
Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
de estrangulable hielo femenino
como una lacteada y breve vía.
Y recuerdo aquel beso sin apoyo
que quedó entre mi boca y el camino
de aquel cuello, aquel beso y aquel día.

“El recuerdo”, de Meira Delmar, es otro ejemplo, en el cual el presente se va a convertir en recuerdo,

Este día con aire de paloma
será después recuerdo.
Me llenaré de él
como de vino un ánfora,
para beberlo a sorbos cuando quiera
recuperar su aroma.
Antes que vuele hacia el ocaso, antes
de ver cómo se pierde entre la noche.

“Velas sobre un recuerdo”, de Julia de Burgos, quien nos muestra la presencia permanente del recuerdo, como volando…

Todo estático,
menos la sangre mía, y la voz mía,
y el recuerdo volando.

Todo el lecho es un cántico de fuego
echando a andar las ondas del reclamo.
La misma pared siente
que ha bajado a llamarte entre mis labios.

¡Qué grandioso el silencio de mis dedos
cuando toman el verso de los astros,
que se cuelan en rápidas guirnaldas
para esculpirte en luces por mis brazos!

va gritando tu nombre entre mis ojos,
el mismo mar inquieto y constelado.
Las olas más infantes te pronuncian,
al girar por mis párpados mojados.

Todo es ágil ternura por mi lecho,
entre cielos y ecos conturbados.
Con tu sendero vivo en mi flor íntima,
he movido lo estático….

“Canción del viaje” de José Ángel Buesa refiere a recuerdos bien tangibles, de un pasado lejano,

Recuerdo un pueblo triste y una noche de frío
y las iluminadas ventanillas de un tren.
Y aquel tren que partía se llevaba algo mío,
ya no recuerdo cuándo, ya no recuerdo quién.
Pero sí que fue un viaje para toda la vida
y que el último gesto, fue un gesto de desdén,
porque dejó olvidado su amor sin despedida
igual que una maleta tirada en el andén.
Y así, mi amor inútil, con su inútil reproche,
se acurrucó en su olvido, que fue inútil también.
Como esos pueblos tristes, donde llueve de noche,
como esos pueblos tristes, donde no para el tren.

“Dormirse en el olvido del recuerdo…”, de Miguel de Unamuno, que ya comienza con un genial oxímoron:

¡Dormirse en el olvido del recuerdo,
en el recuerdo del olvido,
y que en el claustro maternal me pierdo
y que en él desnazco perdido!

¡Tú, mi bendito porvenir pasado,
mañana eterno en el ayer;
tú, todo lo que fue ya eternizado,
mi madre, mi hija, mi mujer!

Juan Ramón Jiménez, con “El poseedor” nos lleva a la ausencia de recuerdos y al secreto íntimo como única posesión, que se extinguirá cuando se acabe la vida del poeta.

El poseedor
no recuerdo…
(Ya no viene el cavador
que cavaba en el venero)
no recuerdo…
(Sobre la mina han caído
mil siglos de suelos nuevos)
no recuerdo…
(El mundo se acabará.
No volverá mi secreto)

“Algunos lienzos del recuerdo tienen”, de Antonio Machado nos muestra ese universo material en el que determinadas cosas, por asociación, nos llevan a recuerdos lejanos…

Algunos lienzos del recuerdo tienen
luz de jardín y soledad de campo;
la placidez del sueño
en el paisaje familiar soñado.
Otros guardan las fiestas
de días aun lejanos;
figuras sutiles
que pone un titerero en su retablo…

Ante el balcón florido
está la cita de un amor amargo.
Brilla la tarde en el resol bermejo…
La hiedra efunde de los muros blancos…
A la revuelta de una calle en sombra,
un fantasma irrisorio besa un nardo.

Y para cerrar, quizás un poco caprichosamente porque me encanta el poema, te comparto “Ya no”, de Idea Vilariño, que más que hablar de los recuerdos nos muestra la imposibilidad de generarlos.

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.

Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche

nunca.

No volverá a tocarte.

No te veré morir.

Espero volver a verte por aquí….

NAVIDAD

Como todo 24 de diciembre, hoy se celebra la noche buena, a la espera de la Navidad, en buena parte del mundo. Si bien el principal significado que le da el mundo occidental es el del nacimiento de Cristo, la celebración ya venía de antes, al menos de la época de los romanos que celebraban el nacimiento de Apolo, como muchas otras celebraciones en otros rincones del mundo. Lo cierto es que hoy también hay millones de familias no creyentes que se unen a este festejo, que simboliza, entre otras cosas la paz y la unidad familiar.

Y, luego de una entrada tan fuerte como la última, dedicada al ateísmo y las religiones, te dejo el poema «La navidad», de mi autoría, donde se contemplan muchas razones para celebrar la navidad, cristianos, no cristianos, creyentes no creyentes. Está incluido en «Plegarias en penumbra» como poema XVII.

Navidad es el templo en que los cristianos

celebrando la paz, posponen la guerra,

es el rito que alcanza en toda la tierra

también a ateos, descreídos, paganos.

Navidad somos todos, leales, viles,

quienes niegan abrazos o los reclaman,

los que rechazan a Cristo, los que lo aman,

los hombres de paz y también los hostiles.

Navidad es fuente de buenos deseos,

el replanteo de los sueños pasados,

perdón de fracasos dolidos, sangrados,

y el olvido fugaz de ostentar trofeos.

Navidad es la fiesta de un nacimiento,

no solo Jesús es quien nace este día,

todos nacemos para hallar una guía

que nos encarrile recto al crecimiento.

Navidad es tregua, suspendiendo brechas,

la luz lejana que hoy se deja tocar,

los puentes se tienden para conectar

abrazos sinceros, libres las sospechas.

Navidad no es el Cristo, al menos divino,

es hombre y su pausa, tendiendo una mano.

Prefiero con creces el valor humano,

con libertad para fraguar el destino.

Es que si Navidad fuera el fanatismo

por el Cristo Dios, religioso y soberbio…

¡Qué pena!, no habría ni un solo proverbio

que pueda amparar tan feroz dogmatismo.

FELIZ NAVIDAD

Nota: la imagen corresponde a la pintura «Natividad mística», de Sandro Botticelli.

Espero volver a verte por aquí…

ATEÍSMO Y RELIGIÓN

¿Dónde está el hombre? ¿En tránsito a qué? Las verdades, las mentiras, las creencias, los sueños, los dogmas, los paradigmas, la vida, la muerte alimentan mi poemario “Plegarias en penumbra”, una nueva búsqueda reflexiva a través de los versos. Orientadores o desconcertantes, los poemas allí vertidos son solamente una llamada de atención para que el lector pueda entrar en el mundo de sus convicciones e intente salir de sus dudas más impenetrables, o al fin termine hundiéndose en lo más recóndito de sus incertidumbres.

Uno de los tantos ejemplos que se pueden encontrar en el libro es el poema III, donde se aprecia una especie de reproche a dios (exprofeso con minúscula), a ese mismo dios al que se le cuestiona la existencia:

Ese dios extorsivo, que enajenó mi infancia,
confinando ideales entre difusas cotas,
parece postular con energías remotas
su forzada escolta, tan solo a pura constancia.

La energía del débil, inyectada en doctrina,
recluye los talentos en simuladas trenas,
sometiendo albedríos a tan forzadas penas,
y con sutileza embosca al que incauto camina.

Gurúes y chamanes, maestros y mentores,
definen los caminos, hacia donde marchar,
imponen tiesas sanciones para socavar
los mediocres cerebros, aunque ufanos doctores.

Los eruditos profetas que al dios como llamen,
le endilgan poderes y volición de censura,
le asignan cruel rigor a su arredrante figura
y lo invisten fiscal para su sádico examen.

Los evangelios construyen sus dioses con normas,
un credo que componga algún camino sagrado
que el hombre perpetúa yendo atrás de un cayado
que lo manifieste libre, a pesar de sus cormas.

No es Dios que extorsiona, ni quien encepa la mente,
ni es el que juzga o recluta a los fieles devotos,
tal vez sea el hombre, quien tras sus fines ignotos,
arengue toda su grey con empeño obsecuente.

E indudablemente la religión, las creencias, los dioses y el demonio, son temas constantes entre las creaciones de los poetas clásicos. Si te comienzo a mostrar los textos cristianos van a abundar los poemas de miembros de la comunidad religiosa, sacerdotes monjas y monjes católicos abundan con esta temática, sobre todo en las épocas de oro de la poesía española, de los cuales Lope de vega sea el exponente más emblemático:

¿QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS? , de LOPE DE VEGA

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía”!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!

Más acá en el tiempo. Gabriela Mistral, en este fragmento de “¡De qué quiere Usted la imagen?” reniega de la imagen actual del Cristo, y de la religión en sí, pero sin hacerlo de Jesú ni Dios.

Yo necesito una imagen
De Jesús El Galileo,
Que refleje su fracaso
Intentando un mundo nuevo,
Que conmueva las conciencias
Y cambie los pensamientos,
Yo no la quiero encerrada
En iglesias y conventos.

Otro ejemplo de versos creyentes es este “SONETO A DIOS”, de Juana de Ibarbourou

Porque me diste la palabra y pudo
ser ella en mí, oficio de invierno
en la menuda gema de mi verso
que adivino luego en reluciente escudo,

me siento tu deudora y a ti acudo
en noche y día de esplendor diverso,
hora feliz, oscuro lustro adverso,
fiel azucena o álamo desnudo.

Así me inclino como Job, paciente,
en la sumisa espera penitente
ante tu sombra que aniquila el rayo.

Fui tu diamante de inocente fuego,
y ya alma oscura, a tu piedad me entrego
en esta aurora pálida de mayo.

“Un día para ir hasta dios” de Roberto Juarroz, nos muestra un dios (en minúscula) que ya denota el abordaje del autor, de un dios no omnipotente, ni omnipresente, ni omnisciente, ni eterno:

Un día para ir hasta dios
o hasta donde debería estar,
a la vuelta de todas las cosas.
Un día para volver desde dios
o desde donde debería estar,
en la forma de todas las cosas.
Un día para ser dios
o lo que debería ser dios,
en el centro de todas las cosas.
Un día para hablar como dios
o como dios debería hablar,
con la palabra de todas las cosas.
Un día para morir como dios
o como dios debería morir,
con la muerte de todas las cosas.
Un día para no existir como dios
con la crujiente inexistencia de dios,
junto al silencio de todas las cosas.

“Los dados eternos”, de César Vallejo, no es más que un rezo a ese dios que no existe.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;

pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado…
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

“Pobre dios” y “Quén sabe?, ambos de Mario Benedetti, también muy lejanos a los conceptos religiosos,

“Pobre dios”

Es imposible estar seguro
pero tal vez sea dios todo el silencio
que queda de los hombres
es imposible estar seguro
pero acaso dios sea
la soledad total
irrevocable
más grave que la tuya
o que la mía
por lo menos más grave que la mía
que es soledad tan sólo
cuando el viejo crepúsculo me mira
como un toro furioso
y yo no tengo a mano
tus sabios labios para
olvidarme ele todo lo que temo
es imposible estar seguro
ah pero en ese caso
pobre dios qué tristeza
debe ser su tristeza
pobre dios
si una ver descendiera
a asir nuestra miseria
y respirara por unas pocas horas
el incesante miedo de la muerte
quizá mucho después
allá
solo y eterno
recordara esa tibia bocanada
como el único asueto
de su enorme
desolado infinito.

“Quién sabe”

¿Acaso dios te ayuda cuando tu cuerpo sufre?
¿o no es ni siquiera una confiable anestesia?
¿te importa mucho que dios exista? ¿o no?
¿su no existencia sería para ti una catástrofe más terrible que la muerte pura y dura?
¿te importaría si dios existe pero está inmerso en el centro de la nada?

Y los ejemplos de este tenor, más cuestionantes que religiosos, los puedes buscar en las siguientes líneas:

“Ajedrez” (fragmento) de Jorge Luis Borges

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

“Cristo, legislador” (fragmento), de José Zorrilla

Cristo, legislador, no escribió nada;
ni papiro dejó ni un pergamino:
quedó tras él su espíritu divino,
su fe con su memoria inmaculada.
Cristo, rey, no empuñó cetro ni espada;
en el polvo sembró de su camino
de su fe la semilla; a su destino
dejándola y al tiempo encomendada.

“Atalaya”, de Roque Dalton García

Una religión que te dice que sólo hay que mirar hacia arriba
y que en la vida terrenal todo es bajeza y ruindad
que no debe ser mirado con atención
es la mejor garantía para que tropieces a cada paso
y te rompas los dientes y el alma
contra las piedras rotundamente terrenales.

“Lo inasible”, de Líber Falco

Qué me dio Dios para gastar,
qué?, que no entiendo.

Esta alegría, esta tristeza,
dadme para gastarla
un mar.
Dadme la vida, padre, tú,
dadme la muerte.
Dadme el tiempo ido
y dadme el que vendrá.

Dadme cantar y cantando
verterme como un río,
por estas calles
hacia el mar.

“Confianza en la providencia de dios” de Marilina Rébora

Confianza en la providencia de dios
no os acongojéis por falta de comida
y menos todavía por lo que el cuerpo cubre,
ya que más que el comer vale la propia vida
y más aún el cuerpo que lo que lo recubre.

El Dios íbero (fragmento), de Antonio Machado, donde el autor se autorreferencia como el que insulta a Dios en la siguiente estrofa:

Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del destino,
también soñó caminos en los mares
y dijo: es Dios sobre la mar camino.

Y, para ir finalizando esta selección, no puede faltar “La oración del ateo”, de Miguel de Unamuno” es la esencia del ateísmo, quien de alguna manera dice que no siempre fue ateo, sino que fue un proceso (tú de mi mente más te alejas)…

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras

Y para concluir, si bien no soy afecto a citar poemas traducidos, hoy voy a hacer una excepción con el gran poeta portugués, Fernando Pessoa:

«Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el sol y la luz de la luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a todas horas,
y toda mi vida es una oración y una misa
y una comunión con los ojos y por los oídos»

Nota: La imagen corresponde a “La creación del hombre” de Michelangelo, en la capilla Sixtina.

Espero volver a verte por aquí…