INVOCACIONES

Es una de las tradiciones más longevas. Los poetas, al comenzar una obra, le dedicaban una oración, que invocaba a sus musas inspiradoras para que no los abandonen en sus momentos creativos. En ciertos casos la invocación iba dirigida a los dioses, principalmente a Apolo, dios de la inspiración y jefe de las musas. En los clásicos, esta invocación era una obligación de la que nadie se podía escapar.

Mi “Soy el silencio” no elude esta tradición y en su segundo poema incluye una invocación, aunque le falten las alusiones a musas o diosas.

II

Quisiera ser orador de multitudes

bien parado ante la enmascarada audiencia,

desalentar tantas tensas inquietudes,

esquivando esa mirada que silencia.

Ignorar amenazantes actitudes

para poder expresar con elocuencia,

en el monstruoso salón de longitudes,

que me opone cruel y feroz resistencia.

¡Que la tensión no tergiverse el mensaje!

¡El apremio no distraiga el parlamento!

Debo gestionar en mi adentro el coraje

para defender el veraz argumento

que sea el único valor del lenguaje.

Quizás llame la atención la estructura del poema, un soneto “mutilado”, ya que contiene trece versos y no catorce como el tradicional. Sin embargo, esta métrica no es de mi invención. Ya el maestro Rubén Darío lo utilizó en sus “Cantos de vida y esperanza”, donde el poema XIV tiene esta estructura,

¡De una juvenil inocencia

qué conservar sino el sutil

perfume, esencia de su Abril,

la más maravillosa esencia!

Por lamentar a mi conciencia

quedó de un sonoro marfil

un cuento que fue de las Mil

y Una Noches de mi existencia…

Scherezada se entredurmió…

El Visir quedó meditando…

Dinarzarda el día olvidó…

Mas el pájaro azul volvió…

Pero…

                         No obstante…

                               Siempre…

                                         Cuando…

Retomando el tema de las invocaciones, uno de los antiguos ejemplos lo aporta Homero, en su célebre Odisea,

Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío,

tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya,

conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes.

Virgilio hace lo propio en la Eneida,

Dime las causas, Musa; por qué ofensa a su poder divino,

por qué resentimiento la reina de los dioses

forzó a un hombre, afamado por su entrega

a la divinidad, a correr tantos trances, a afrontar tantos riesgos.

Dante Alighieri, cumple en cada uno de las cánticas de su Divina Comedia con este precepto:

Infierno, Canto II

¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme!

¡Memoria que escribiste lo que vi,

aquí se advertirá tu gran nobleza!

Purgatorio, Canto I

Mas renazca la muerta poesía,

oh, santas musas, pues que vuestro soy;

y Calíope un poco se levante,

Paraíso, Canto I

¡Oh buen Apolo, en la última tarea 13

hazme de tu poder vaso tan lleno,

como exiges al dar tu amado lauro!

Es algo que Jorge Manrique, en sus célebres “Coplas por la muerte de su padre” descarta a título expreso, para invocar a Cristo.

Dexo las invocaciones

de los famosos poetas

y oradores;

non curo de sus ficciones,

que traen yerbas secretas

sus sabores.

Aquél sólo m’encomiendo,

Aquél sólo invoco yo

de verdad,

que en este mundo viviendo,

el mundo non conoció

su deidad.

Versos que actualizados a nuestro tiempo quisieron expresar algo como esto:

Dejo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; no me preocupo de sus ficciones, que traen envenenados sus sabores.

A Aquel sólo me encomiendo, a Aquel sólo invoco yo de verdad, Aquel que, cuando vivía en este mundo, nadie conoció su divinidad.

Lope de Vega, escribió este soneto con esta temática.

Pluma, las musas de mi genio autoras

—Pluma, las musas de mi genio autoras

versos me piden hoy. ¡Alto, a escribillos!

—Yo sólo escribiré, señor Burguillos,

éstas que me dictó rimas sonoras.

—¿A Góngora me acota a tales horas?

Arrojaré tijeras y cuchillos,

pues en queriendo hacer versos sencillos

arrímese dos musas cantimploras.

Dejemos la campaña, el monte, el valle,

y alabemos señores. —No le entiendo.

¿Morir quiere de hambre? —Escriba y calle.

—A mi ganso me vuelvo en prosiguiendo,

que es desdicha después de no premialle,

nacer volando y acabar mintiendo.

William Shakespeare, aporta una invocación en el prólogo de su drama histórico Enrique V.

Quién me diera una musa de fuego que os transporte al cielo más brillante de la imaginación; príncipes por actores, un reino por teatro, y reyes que contemplen esta escena pomposa

Y como última referencia, mucho más acá en el tiempo, el gran poema gauchesco “Martín Fierro” cumple con el ritual, cuando en uno de los primeros versos José Hernández canta:

Vengan Santos milagrosos,

vengan todos en mi ayuda,

que la lengua se me añuda

y se me turba la vista;

pido a mi Dios que me asista

en esta ocasión tan ruda.

Nota: La imagen corresponde a «Apolo y las musas» de Nicolas Poussin.

Espero volver a verte por aquí…

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