EL DOMINGO

El domingo, para muchos el día más lindo de la semana, es al menos el más distinto para la mayoría. Sin embargo, la alegría, el descanso, el tiempo libre, el disfrute se confunden con la angustia que va trayendo el avance de la tarde, y con ella, la proximidad de otra semana ardua que está para comenzar. Este sentimiento queda retratado en el poema XII de mi “Soy el silencio”, que aquí te reproduzco.


Mil soles alumbran la noche del llanto,
sin hallar consuelo entre tanto dolor.

Mil coros entonan un lúgubre canto
que escolta uniforme la voz de un tenor.

Mil manos me cubren con un terso manto
y aun así preciso más hondo calor.

Domingo a la noche, mi angustia no aguanto,
¡Mil sombras gestan obstinado temor!

Este poema tiene una estructura bien diferente al del resto de los incluidos en mi primer libro. Son cuatro estrofas de tan solo dos versos, todos dodecasílabos, y con una rima consonante que se repite en todas las estrofas, tanto para el primer verso como para el último.

Y, al momento de vincular mi poema con el de los maestros, no pude a ceder a la tentación de incluir a dos enormes poetas, que tratan, aunque apenas sea con una mención lateral, al domingo. Herrera y Reissig y Borges, en poemas completos.

El domingo, para los campesinos que retrata Julio Herrera y Reissig en su célebre soneto “La siesta”, es un poco lo opuesto, el día de sufrir las ropas, el descanso que supone el rompimiento a la cotidianeidad de la labor constante.

No late más un único reloj: el campanario,
que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
el cual, al sol de enero, agriamente chispea,
con su aspecto remoto de viejo refractario…

A la puerta, sentado se duerme el boticario…
En la plaza yacente la gallina cloquea
y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
junto a la cual el cura medita su breviario.

Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores,
bendice las faenas, reparte los sudores…
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda

las ropas que el domingo sufren los campesinos…
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
huye, soltando coces, de los perros vecinos.

Y otra invocación al domingo y su tedio es la que hace Jorge Luis Borges en su poema “Camden, 1892”, dedicado al poeta neoyorkino Walt Whitman, fallecido en el lugar y año del título del poema. Borges le dedica genialmente una escena de ocio, tedio, cansancio (en este caso dando el calificativo al espejo y no a sí mismo).

Indudablemente el domingo despierta distintas sensaciones y para la mayoría es una pausa.

El olor del café y de los periódicos.
El domingo y su tedio. La mañana
y en la entrevista página esa vana

publicación de versos alegóricos
de un colega feliz. El hombre viejo
está postrado y blanco en su decente
habitación de pobre. Ociosamente
mira su cara en el cansado espejo.
Piensa, ya sin asombro, que esa cara
es él. La distraída mano toca
la turbia barba y saqueada boca.
No está lejos el fin. Su voz declara:
casi no soy, pero mis versos ritman
la vida y su esplendor. Yo fui Walt Whitman.

Nota, la imagen corresponde a la pintura «Domingo aburrido», de Julius Olsson, que se encuentra en la Colección Permanente del James A. Michener Art Museum en Doylestown, Pennsylvania.

Espero volver a verte por aquí.

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