En “Soy el silencio”, el poema XX tiene una clara estructura de estrofas marcadas por un verso inicial “No pertenezco”. Esta repetición sistemática del primer verso inicial no es más que la figura literaria la anáfora, sobre la cual te he comentado en las entradas pasadas “Figuras literarias (I y II)”.
En este caso, la no pertenencia a ninguna de los lugares ni tiempos que describen los tres versos siguientes de cada estrofa, marca una sensación de libertad y ausencia de ataduras, sobre todo a los lugares comunes.
No pertenezco
a ese sitio que el destino me ubicó,
ni a los lugares que el hombre edificó,
si de rígidas raíces yo carezco.
No pertenezco
al mañana, ni al ayer, tampoco al hoy,
ni aún siquiera al instante donde estoy,
por pescarlo, día a día desfallezco.
No pertenezco
a la raza que la herencia me legó,
ni a este cuerpo que la vida me entregó,
si yo mismo dudo ser lo que parezco.
No pertenezco
a una casta en donde puedan colocarme,
ni a un estrato donde quieran avaluarme,
como casi todos, soy lo que merezco.
No pertenezco
a la vida, a la muerte o desesperanza,
ni al éxito, el descalabro o la confianza,
si bien a menudo, ante ellos, me estremezco.
No pertenezco,
porque mi afán es volar sin ataduras,
persiguiendo algún lugar en las alturas,
tan sólo por eso, yo no pertenezco.
Al momento de citar a los clásicos, me viene a la mente un fragmento de “Jardín de invierno“ de Pablo Neruda, quien justamente fija la pertenencia en la tierra y el invierno, el espacio y el tiempo:
Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.
Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.
La pertenencia al viento, que es quizás un poco la pertenencia a nada mostrada en mi poema XX, nos la alude José Ángel Buesa en un fragmento de su “Viejo lobo de mar”.
La tierra te rechaza, viejo lobo sediento,
pues ya, como las velas, perteneces al viento;
y la mujer desnuda que adorna tu tatuaje
hoy duerme con un hombre que no se va de viaje.
Así como del muy clásico Tomás de Iriarte (también célebre escritor de fábulas) con su poema “Del oro, como muchos, no dependo” donde la pertenencia la lleva al extremo de la dependencia.
Del oro, como muchos, no dependo,
Fabio, pues ni le guardo ni codicio;
ni dependo jamás del vulgar juicio,
pues dar a luz mis obras no pretendo.
Del sexo mujeril casi no pendo,
pues amo por placer, no por oficio;
y aun menos de la corte y su bullicio,
pues de fingir y de adular no entiendo.
Solamente dependo de la muerte,
ya que discurso no hay ni diligencia
que de su despotismo nos liberte.
Mas la espero sin miedo y con paciencia,
vivo sin desearla; y de esta suerte,
amigo, se acabó la dependencia.
Nota: La imagen corresponde al cuadro “El naufragio”, de Francisco de Goya.
Espero volver a verte por aquí…