EL DESTINO

En el poema LXXVI de “Soy el silencio”, el destino lo vemos como forjado por uno mismo, pero mostrando el desconocimiento que tiene cada niño de que en esa temprana etapa de su vida, con tan pocas herramientas, tiene que ir forjándolo.

De su destino sólo cada uno es culpable,

en el presente quizás se esté lamentando

por esos caminos elegidos, errando,

queriendo dar ahora con un responsable.

Y el problema surge al elegir, cuando infante,

sin tener las armas que requiere la opción,

sin la mente abierta, ni la libre opinión,

sin saber todavía notar lo importante.

¡Cuán lejos está, de cada niño en su mente,

la importancia del paso que tiene que dar!

Es más tarde difícil poder desandar

el camino Ilusión que seguía de frente.

¡Cuán soberbio es el hombre que no quiere ver

que ha fallado el camino y por eso se aferra

al yerro no resuelto que siempre lo encierra

maniatando el nacer de su auténtico ser!

Nunca será tarde, si la mente está abierta,

aún cansado es viable si sobran las ganas,

solamente al fracaso guían haraganas

las manos del hombre que, holgazán, no despierta.

Y, como siempre, al referirnos a los clásicos nunca falta el material, mucho menos con el destino.

“Elegía”, de Jorge Luis Borges

Oh destino el de Borges,

haber navegado por los diversos mares del mundo

o por el único y solitario mar de nombres diversos,

haber sido una parte de Edimburgo, de Zurich, de las dos Córdobas,

de Colombia y de Texas,

haber regresado, al cabo de cambiantes generaciones,

a las antiguas tierras de su estirpe,

a Andalucía, a Portugal y a aquellos condados

donde el sajón guerreó con el danés y mezclaron sus sangres,

haber errado por el rojo y tranquilo laberinto de Londres,

haber envejecido en tantos espejos,

haber buscado en vano la mirada de mármol de las estatuas,

haber examinado litografías, enciclopedias, atlas,

haber visto las cosas que ven los hombres,

la muerte, el torpe amanecer, la llanura

y las delicadas estrellas,

y no haber visto nada o casi nada

sino el rostro de una muchacha de buenos aires,

un rostro que no quiere que lo recuerde.

Oh destino de Borges,

tal vez no más extraño que el tuyo.

“Tal vez no era pensar” (fragmento), de Idea Vilariño

Tal vez pude subir como una flor ardiente

o tener un profundo destino de semilla

en vez de esta terrible lucidez amarilla

y de este estar de estatua con los ojos vacíos.

Tal vez pude doblar este destino mío

en música inefable. O necesariamente…

Ángelus, de Mario Benedetti

Quién me iba a decir que el destino era esto

ver la lluvia a través de letras invertidas,

un paredón con manchas que parecen prohombres,

el techo de los ómnibus brillantes como peces

y esa melancolía que impregna las bocinas.

Aquí no hay cielo,

aquí no hay horizonte.

Hay una mesa grande para todos los brazos

y una silla que gira cuando quiero escaparme.

Otro día se acaba y el destino era esto.

Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:

siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,

y, claro, está prohibido llorar sobre los libros

porque no queda bien que la tinta se corra

«Palabras a mi madre» (fragmento), de Alfonsina Storni

Porque mi alma es toda fantástica, viajera,

Y la envuelve una nube de locura ligera

Cuando la luna nueva sube al cielo azulino.

Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros.

Arrullada en un claro cantar de marineros

Mirar las grandes aves que pasan sin destino.

“A la espera de la oscuridad” (fragmento), de Alejandra Pizarnik —

Pero ese instante sudoroso de nada

acurrucado en la cueva del destino

sin manos para decir nunca

sin manos para regalar mariposas

a los niños muertos.

“El nudo” (fragmento), de Delmira Agustini

Y el Destino interpuso sus dos manos heladas…

¡Ah! los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas

son el más intrincado nudo que nunca fue.

En lucha con sus locos enredos sobrehumanos

las Furias de la vida se rompieron las manos

y fatigó sus dedos supremos Ananké…

“La estrella del destino”, de Julio Herrera Reissig

La tumba, que ensañáse con mi suerte,

me vio acercar a vacilante paso,

como un ebrio de horrores, que al acaso

gustase la ilusión de sustraerte.

En una larga extenuación inerte,

pude medir la infinidad del caso,

mientras que se pintaba en el ocaso

la dulce primavera de tu muerte.

La estrella que amparónos tantas veces,

y que arrojara, en medio de las preces,

un puñado de luz en tus despojos,

hablóme al alma, saboreando llanto:

«¡oh hermano, cuánta vida en esos ojos

que se apagaron de alumbrarnos tanto!»

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “Destino”, de John William Waterhouse.

Espero volver a verte por aquí..

3 comentarios sobre “EL DESTINO

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