EL VACÍO

La carencia, la ausencia, el vacío, en definitiva son la soledad, lo opuesto a la abundancia, al todo, la omnipresencia.

La nada, que como contraposición del todo terminan siendo lo mismo, como lo expreso en el poema CX de mi poemario “Plegarias en penumbra”. Es una forma de visualizar a dios

Dios es el todo,

la abundancia;

la nada, el vacío,

la carencia.

Dios es presencia,

cercanía;

la ausencia,

la temida lejanía.

Dios es la norma,

la censura;

la volición temeraria,

la locura.

Dios es el jefe,

la decisión;

lo independiente,

la precaución.

Dios es precepto,

llano, incuestionable;

la herejía, el concepto

imprudente,

aun razonable…

Entre los clásicos, este sentimiento tan fuerte no podía estar ausente en el universo de los poemas. Así, Miguel de Unamuno con su “Aprensiones” nos muestra el dolor de la ausencia.

— Me duele el corazón!

— Pero le tienes?

— Sólo sé que me duele…

— Por carencia.

— Puede ser, mas le siento…

— Si, en las sienes!

— Bien, sufriré en silencio y con paciencia!

— Mira, pues que á razones no te avienes,

ni caso haces alguno de la ciencia,

“Ancho zurrón”, soneto de Juana de Ibarbourou, muestra la perspectiva de perderlo todo, pero una visión positiva de las cosas le permite rescatar de las cosas naturales, que puede contemplar y escuchar.

Ancho zurrón, ni pan moreno lleva,

ni espiga antigua, ni naranja nueva.

El vacío me hiela, ese vacío

de arenal, de riscal, de seco río.

Y mi laurel ya lejos, y el lucero

ciego, en el cielo de desierto acero.

Sólo en la mano, con salada huella,

me dio la mar una callada estrella.

Ya no tengo más bien ni más fortuna

que la plata sin plata de la luna

y la abeja, la abeja de mi canto

matinal, me traerá sortija, encanto

de oro bermejo, puro y centelleante

para alabar con lengua de diamante.

Eduardo Milán nos habla del vacío y la carencia como algo a ofrecerle al otro en la comunicación.

Cuando ya no hay qué

decir, decirlo. Dar

una carencia, un hueco en la conversación,

un vacío de verdad: la flor,

no la idea, es la diosa de ahí.

“Ausencia”, de Jorge Luis Borges, es la representación misma de este tema,

Ausencia

habré de levantar la vasta vida

que aún ahora es tu espejo:

cada mañana habré de reconstruirla.

Desde que te alejaste,

cuántos lugares se han tornado vanos

y sin sentido, iguales

a luces en el día.

Tardes que fueron nicho de tu imagen,

músicas en que siempre me aguardabas,

palabras de aquel tiempo,

yo tendré que quebrarlas con mis manos.

¿En qué hondonada esconderé mi alma

para que no vea tu ausencia

que como un sol terrible, sin ocaso,

brilla definitiva y despiadada?

tu ausencia me rodea

como la cuerda a la garganta,

el mar al que se hunde.

El soneto “No me quejara yo de larga ausencia”, de Lope de Vega, es un lamento por la muerte.

No me quejara yo de larga ausencia

sí, como todos dicen, fuera muerte;

mas pues la siento, y es dolor tan fuerte,

quejarme puedo sin pedir licencia.

En nada del morir tiene apariencia,

que si el sueño es su imagen y divierte

la vida del dolor, tal es mi suerte

que aun durmiendo no he visto su presencia.

Con más razón la llamarán locura,

efeto de la causa y accidente,

si el no dormir es el mayor testigo.

¡Oh ausencia peligrosa y mal segura,

valiente con rendidos, que un ausente

en fin vuelve la espalda a su enemigo!

“Cuarto solo”, de Alejandra Pizarnik es un canto a la soledad, con el genial cierre de la ausencia bebiéndose a la poetisa.

Si te atreves a sorprender

la verdad de esta vieja pared;

y sus fisuras, desgarraduras,

formando rostros, esfinges,

manos, clepsidras,

seguramente vendrá

una presencia para tu sed,

probablemente partirá

esta ausencia que te bebe.

“A un perrillo que se le murió a una dama estando ausente de su marido”, de Góngora, es un epitafio, una de las mayores muestras de pérdida y ausencia.

Yace aquí, flor, un perrillo

que fue en un catarro grave

de ausencia, sin ser jarabe,

lamedor de culantrillo.

Saldrá un clavel a decillo

la primavera, que amor,

natural legislador,

medicinal hace ley,

si en hierba hay lengua de buey,

que la haya de perro en flor.

Para cerrar, Idea Vilariño nos describe casi al detalle “La soledad”, que es la ausencia.

Esta limitación esta barrera

esta separación

esta soledad la conciencia

la efímera gratuita cerrada

ensimismada conciencia

esta conciencia

existiendo nombrándose

fulgurando un instante

en la nada absoluta

en la noche absoluta

en el vacío.

Esta soledad

esta vanidad la conciencia

condenada impotente

que termina en sí misma

que se acaba

enclaustrada

en la luz

y que no obstante se alza

se envanece

se ciega

tapa el vacío con cortinas de humo

manotea ilusiones

y nunca toca nada

nunca conoce nada

nunca posee nada.

Esta ausencia distancia

este confinamiento

esta desesperada

esta vana infinita soledad

la conciencia.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “Desolación” de Thomas Cole.

Espero volver a verte por aquí.

LA ESPERA, LA ESPERANZA

La espera, junto con la incertidumbre de lo que vendrá, genera esa sensación de esperanza tan fuerte que representa una acción poética en sí misma.

En el primer poema, ya en la primera estrofa de mi “Soy el silencio”, estoy abriendo el poemario con ese sentimiento, marcado por una fuerte aliteración: “aspira-espera-expresar”.

Soy ese silencio que habita en nosotros,
que aspira en su espera poder expresar
tantas cosas muy simples a amigos y otros
que entiendan mi voz que es tan solo mirar.

Sentimiento que abunda en todo ese libro, pues ya en el poema III se asocia a la búsqueda con la esperanza,

Buscar es como vivir de la esperanza,
es beberse toda la fe hasta el hartazgo,
no desesperar con temprana tardanza,
enloquecer de alegría en cada hallazgo.

En “La poesía es un atentado celeste” (fragmento), Vicente Huidobro está esperando por él mismo, por su vuelta, por el rencuentro con lo que quizás una vez fue,

Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que han esperado muchos años

Se cansaron de esperarme y se sentaron

“La esperanza” (fragmento), de Alberto Lista, nos la muestra como la forma de disipar las penas,

Dulce esperanza, del prestigio amado
pródiga siempre, que el mortal adora,
ven, disipa piadosa y bienhechora
las penas de mi pecho acongojado.

“Última necat” (fragmento), de Manuel Gutiérrez Nájera, nos describe claramente la espera de lo que ya se fue, una espera resignada, consciente de esperar el tiempo que no habrá de volver.

¡huyen los años como raudas naves!
¡rápidos huyen! infecunda parca
pálida espera. La salobre estigia
calla dormida.
¡Voladores años!

Eduardo Milán en su poemario “Por momentos la palabra entera”, en un fragmento de uno de sus poemas nos muestra su propia espera, en medio de sus propios conflictos, como la espera de sus seres queridos, sus hijos, su mujer, quizás esperando por él.

No consigo estar de acuerdo conmigo:
Dudo, titubeo. ¿Qué debo decir que esté conmigo
De corazón, no tanto de lenguaje?
Es que el lenguaje es tanto. Y mientras
Al costado mi hijo espera,
Al costado mi hijo espera,
Al costado mi hija espera,
Pacientemente al costado mi mujer espera:
Son tres hijos y mi mujer al costado del poema,
Al costado de mi desacuerdo conmigo.

En este fragmento de “¡Parábola!” de Líber Falco la calma sobresale al cualificar la espera,

Es de noche y la ciudad dormida,
duerme.
Y el mar espera.
Y la noche espera.
Y en el cielo una sola estrella
sola espera.

Mientras Alfonsina Storni trata de buscar la alegría en este fragmento de su “Fiesta”,

Visten de azul, de blanco, plata, verde…
Y la mano pequeña, que se pierde
Entre la grande, espera. Y la fingida,
Vaga frase amorosa, ya es creída.

Hay quien dice feliz: -La vida es bella.
Hay quien tiende su mano hacia una estrella
Y la espera con dulce arrobamiento.

En “El puente”, Mario Benedetti encuentra la razón de cruzarlo, en que alguien está esperando por él, aunque la construcción del poema sugiere que es todo lo que espera por él.

Para cruzarlo o para no cruzarlo
ahí está el puente
en la otra orilla alguien me espera
con un durazno y un país
traigo conmigo ofrendas desusadas
entre ellas un paraguas de ombligo de madera
un libro con los pánicos en blanco
y una guitarra que no sé abrazar
vengo con las mejillas del insomnio
los pañuelos del mar y de las paces
las tímidas pancartas del dolor
las liturgias del beso y de la sombra
nunca he traído tantas cosas
nunca he venido con tan poco
ahí está el puente

para cruzarlo o para no cruzarlo
yo lo voy a cruzar
sin prevenciones
en la otra orilla alguien me espera
con un durazno y un país.

César Vallejo cierra su poema “Guitarra” con este tramo alusivo a las esperanzas:

El placer de sufrir,
de esperar esperanzas en la mesa,
el domingo con todos los idiomas,
el sábado con horas chinas, belgas,
la semana, con dos escupitajos.
El placer de esperar en zapatillas,
de esperar encogido tras de un verso,
de esperar con pujanza y mala poña;
el placer de sufrir: zurdazo de hembra
muerta con una piedra en la cintura
y muerta entre la cuerda y la guitarra,
llorando días y cantando meses.

En este fragmento de “Anillos de ceniza”, Alejandra Pizarnik yace la noción de calma resignada, esperando por las palabras que aparecen en la noche.

Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día,
una partición de sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio
.

Y para finalizar, uno de los consejos del gaucho Martín Fierro a sus hijos, de la pluma de José Hernández.

Su esperanza no la cifren
nunca en corazón alguno;
en el mayor infortunio
pongan su confianza en Dios;
de los hombres, sólo en uno,
con gran precaución, en dos.

Nota: La imagen pertenece al cuadro “La esperanza”, de George Frederic Watts.

Espero volver a verte por aquí…

LA PIEDRA

¡Tantas características tiene una roca! Una simple piedra, pero tan representativa y figurativa, se convirtió en protagonista de la literatura a través de la historia. Ha dado inspiración a una enormidad de menciones, por ser un objeto inanimado, rígido, duro. Este vocablo está detrás de un sinfín de conceptos, Sinónimo de basamento, rigidez, estoicidad, durabilidad, resistencia, terquedad, perennidad, bruteza, estabilidad y hasta eternidad, la piedra ha servido como metáfora recurrente en la mayoría de los poetas en el tiempo, a la vez que, en sentido figurado es habitualmente utilizado en la narrativa.

Mi poemario Plegarias en Penumbra no estuvo ajeno a esto y le dedica el poema XLIII

La piedra, en el universo lo más bruto,
persevera resistente e inalterable,
su piel y alma de dureza insoportable,
sus esencias de inmarcesible atributo.

En el fondo, su aparente fortaleza
enrostra calma su grosera constancia,
y aun deslumbra por ausente la elegancia,
refuerza sus todos aires de grandeza.

Pero más grácil, sosegada, paciente,
con esfuerzo persistente que no mengua
la gota va golpeando sin dar tregua
al tiempo que castiga feroz e hiriente.

Y el agua, que se muestra blanda y endeble,
es realmente veloz y escurridiza,
sin alardear corpulencia maciza,
pero ofreciendo una energía indeleble.

Fortalezas, firmezas y permanencias,
la altanera y confiada roca ostentaba,
a ella un timorato cauce acariciaba,
pero la fue excavando sin resistencias.

Andar con la mano abierta y extendida,
prevaleciendo sobre el crispado puño,
pues la senda a la agresión, quizás rasguño,
no provocará la más profunda herida.

Al momento de mostrarte a los clásicos, solo puedo hacer una breve selección, debido a la cantidad ilimitada de referencias existentes:

“Aunque es de piedra, y su cabeza es piedra”, de Lope de Vega.

Aunque es de piedra, y su cabeza es piedra,
y sobre piedra fuerte está fundada,
y con sangre por ella derramada
de tantos huesos su cimiento en piedra;
aunque con tantos Sacramentos medra,
en gracia y fe con Cristo desposada,
y tantas ramas de su Cruz sagrada
tienen sus muros firmes como yedra;
mientras que la persiguen militante,
a defenderla con sus rayos viene
la luz que al mismo fuego tuvo impreso.
Que aunque partido Cristo por Atlante
quedó la piedra que la tuvo y tiene,
carga en los hombros de Domingo el peso.

“Piedra miserable”, de Alfonsina Storni

Oh, piedra dura, miserable piedra,
Yo te golpeo, te golpeo en vano,
Y es inútil la fuerza de mi mano,
Oh piedra dura, miserable piedra.

Pero haces bien, oh miserable piedra,
Deja que tiente un golpe sobrehumano,
Deja golpear, deja golpear mi mano,
Oh piedra dura, miserable piedra.

No me des nada, miserable piedra,
Guarda un silencio altivo y soberano,
No te ablandes jamás entre mi mano;
Oh piedra dura, miserable piedra.

Con tu impiedad, oh miserable piedra,
Recobro alientos y el deseo gano,
No te dejes caer sobre mi mano,
Mezquina, estulta, miserable piedra.

Si un día torpe, miserable piedra,
Te venciera la fuerza del verano
Y cayeras a gotas en mi mano
Yo te odiaría, miserable piedra…

“Piedra Infinita” (fragmento), de Jorge Enrique Ramponi

Porque compacta sombra,
o soledad,
perpetua soledad a plomo,
témpano de silencio,
rígido limbo y piedra,
tienen la misma réplica, oh cóncavo nefasto, igual ecuación fría,
responden con un eco de amargo símbolo en la sangre.

Tembloroso, sonámbulo, tornasol, taciturno,
aguzo el corazón, palpo la piedra:
frío gesto unitario,
fruto cumplido en ámbito ya duro,
tiempo cerrado, autónomo, infinito.

“En Uxmal” (fragmento), de Octavio Paz

La piedra de los días
el sol es tiempo;
el tiempo, sol de piedra;
la piedra, sangre.

“Los labios impacientes de la noche”, de Blanca Andreu

Los labios impacientes de la noche te sanan mientras abren el olor de la piedra
te conducen si acosan el alma de la piedra
si el tierno corazón mineral beben
es tu hora es la noche
así, dirás que te han robado como un vino novicio
y te harás piedra aguda como un líquido agudo
limpia como opio de oro
y serás tregua tuya
y alianza
así, dirás que la que es contigo y lleva un aire desigual a balanza entre estrellas
la idéntica más favorable
tu obra nocturna rara
es la que muestra sonrisa y griterío

palabras como estrellas
y escucha un piano terso como una estrella, estrellas.

“La roca”, de Mario Benedetti

La indiferencia de la roca
me conmueve
y me aplaza
cómo irme desgranando
hora a hora
pestaña tras pestaña
pellejo tras pellejo
ante ese paradigma
de tesón
y pureza
no obstante apuesto a que
la indiferencia de la roca
quiere comunicarnos
una alarma infinita

“No rechaces los sueños por ser sueños” (fragmento), de Pedro Salinas

Todos los sueños pueden
ser realidad, si el sueño no se acaba.
La realidad es un sueño. Si soñamos
que la piedra es la piedra, eso es la piedra.
Lo que corre en los ríos no es un agua,
es un soñar, el agua, cristalino.

“Hasta el día en que vuelva, de esta piedra”, de César Vallejo

Hasta el día en que vuelva, de esta piedra
nacerá mi talón definitivo,
con su juego de crímenes, su yedra,
su obstinación dramática, su olivo.
Hasta el día en que vuelva, prosiguiendo,
con franca rectitud de cojo amargo,
de pozo en pozo, mi periplo, entiendo
que el hombre ha de ser bueno, sin embargo.

Hasta el día en que vuelva y hasta que ande
el animal que soy, entre sus jueces,
nuestro bravo meñique será grande,
digno, infinito dedo entre los dedos.

“En la sombra estaban sus ojos”, (fragmento) de Jaime Sabines

Y una niña en sus ojos sin nadie
se asomaba sin nada a los míos
y callaba y miraba y callaba
y sus ojos abiertos y limpios,

piedra de agua, me estaban mirando
más allá de mis ojos sin niños
y qué solos estaban, qué tristes,
qué limpios.
Y en la sombra en que estaban sus ojos
y en el aire sin nadie, afligido,
allí estaban sus ojos y estaban
vacíos.

“Soy”, (fragmento), de Josefina Pla

Garganta temerosa del entrañable grito
que desnuda la carne del último dolor:
¡lengua que es como piedra al dulzor infinito
de la verdad postrera dormida en la pasión!

“El ángel negro” (fragmento), de Miguel Unamuno

Mi pobre frente en la caída choca
con la verdad de gesto zahareño
que dura é inmutable como roca
sólo hiriendo alecciona a nuestro empeño.

Nota: La imagen corresponde a la pintura «Piedra blanca», de Nicholas Roerich.

Espero volver a verte por aquí…

EL DEMONIO

La lucha interna del ser humano, lo bueno en oposición a lo malo, los ángeles y los demonios, con su connotaciones religiosas, pero también desde el lado de la introspección, tiene un rico lugar dentro de la historia de la poesía.

Hoy te traigo el tema de los demonios y, para comenzar, el poema XLIX de mi libro “Plegarias en penumbra”:

En mi mente se acurruca algún demonio
siempre dispuesto a quedarse a disfrutar,
la tertulia en que me pudiera obligar
a someterme con él en matrimonio.

Se presenta casi en tono indiferente.
Se juega, cual sabedor de su trofeo,
pues muy doblegado, yo ya ni peleo
y mi voluntad me arrebata insolente.

Me conoce como mi mejor amigo,
busca percibiendo por donde me encuentra,
su mezquino afán, erudito concentra
solo humillarme como cruel enemigo.

Aparece queriendo imponer su juego
sin que lo sostengan ni tenues razones,
efusivo arremete con empellones,
sin darme el espacio para algún sosiego.

No quisiera permanecer poseído
a sabiendas que no habrá ángel ni credo
apto para desanudar este enredo
del que sólo yo, impotente, no he salido.

Espero no acechen los bravos infiernos,
mi temor sólo es el sufrir terrenal;
mi escape, aunque sea un juego mental,
me sabrá alejar de los fuegos eternos.

Y también del mismo poemario, el LXXXI donde sí explota la lucha contra los ángeles:

Demonio, con cuernos quebrados,
que portas tridente sin filo en las puntas,
apenas vas rosado y tu cola es rabona
pero tu sombría presencia no asusta,
solo me desorienta en tu noche.
Me espanta tu risa estridente,
me asombra tu argucia
pero no trago tu fraude,
tu fealdad y tus tormentas
no me aíslan.
No mientas mis ansias
que no amenazas mi camino…

Ángel, que estás con las alas abiertas,
que tus rizos de un rubio brillante,
yo apenas digiero de mustio ceniza,
tu fulgor, con tu risa amigable,
tan solo encandila mi día.
No me conmueve tu calma belleza,
me asusta tu paz,
me incomoda tu gracia.
Tu lozanía y tu bonanza
no me amparan.
No mientas mis credos
que no riges mi destino

No me ofrezcan verdades,
no insinúen certezas,
vuestra lucha es mi pelea,
si tan solo voy marchando
las tinieblas de mi ignorancia
a través de la penumbra
de mis dudas,
de mis preguntas.
La media luz de mis propias respuestas
me hace beber mis culpas,
sin brindis,
solo yo, conmigo

Y al momento de pasar a los clásicos no van a faltar Machado, Lope de Vega, Mistral, Cernuda o Neruda, entre tantos otros. Va aquí una selección:

“Y era el demonio de mi sueño, el ángel”, de Antonio Machado

Y era el demonio de mi sueño, el ángel
más hermoso. Brillaban
como aceros los ojos victoriosos,
y las sangrientas llamas
de su antorcha alumbraron
la honda cripta del alma.
-¿Vendrás conmigo? -No, jamás; las tumbas
y los muertos me espantan.
Pero la férrea mano
mi diestra atenazaba.
-Vendrás conmigo… Y avancé en mi sueño,
cegado por la roja luminaria.
Y en la cripta sentí sonar cadenas,
y rebullir de fieras enjauladas.

“Como una vela sobre el mar”, de Luis Cernuda

Resume ese azulado afán que se levanta
hasta las estrellas futuras,
hecho escala de olas
por donde pies divinos descienden al abismo,
también tu forma misma,
ángel, demonio, sueño de un amor soñado,
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
hasta las nubes sus olas melancólicas.
Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
yo, el más enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

“Ir y quedarse, y con quedar partirse”, de Lope de Vega

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, e ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse,
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno
.

El papagayo (fragmento), de Gabriela Mistral

El papagayo verde y amarillo,
el papagayo verde y azafrán,
me dijo «fea» con su habla gangosa
y con su pico que es de satanás.

Al jorobado (fragmento), de Leopoldo Lugones

Sabio jorobado, pide a la taberna,
Comadre del diablo, su teta de loba.
El vino te enciende como una linterna
Y en turris ebúrnea trueca tu joroba,
Porque de nodriza tuviste una loba
Como los gemelos de Roma la Eterna.

San Miguel Arcángel (fragmento), de Dulce María Loynaz


Arcángel San Miguel,
con tu lanza relampagueante
clava a tus pies de bronce
el demonio escondido
que me chupa la sangre…

Soneto LIV Cien sonetos de amor (fragmento), de Pablo Neruda

Espléndida razón, demonio claro
del racimo absoluto, del recto mediodía,
aquí estamos al fin, sin soledad y solos,
lejos del desvarío de la ciudad salvaje.

Predestinados (fragmento), de Rosalía de Castro

Un mal espíritu, algún demonio
de cuantos hay el más cruel
ha presidido su nacimiento
y oculto guía siempre su pie
hacia los bordes de la alta sima
a ver si puede verle caer.

Nacimiento de Cristo (fragmento), de Federico García Lorca


¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.

Amor prohibido (fragmento), de César Vallejo

Subes centelleante de labios y ojeras!
Por tus venas subo, como un can herido
que busca el refugio de blandas aceras.

Amor, en el mundo tú eres un pecado!
Mi beso es la punta chispeante del cuerno
del diablo; mi beso que es credo sagrado!

El labrador (fragmento), de Julio Herrera Reissig

Cual si pluguiese al diablo -vaya un decir- engorda
el granero vecino con la triple cosecha…
Y aunque él jura y zuequea, esta arcilla maltrecha
sigue siendo madrastra o que realmente es sorda…

Diablo, demonio, Satanás o Mefistófeles desde siempre inspiró a los grandes poetas.

En una próxima entrega vendrá algo sobre los ángeles.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “El aquelarre” de Francisco de Goya.

Espero volver a verte por aquí…

PLEGARIAS EN PENUMBRA POEMA LXVII

LXVII

Tantas veces en la vida nada cambia,

y en un instante emerge la energía,

una nueva realidad.

Es una sola decisión,

la que provoca

un desvío,

el miedo de perder

un rumbo definido,

una senda ayer segura.

Tantas veces en la vida todo cambia

y por dentro, nada quiere cambiar,

es todo indecisión.

Torbellinos

de fieras disyuntivas,

de crueles dilemas,

sangran la confianza,

evitan cicatrizar temores,

quieren marcar

rutas delimitadas,

escollos anunciados

al mundo que no se busca.

Si la nada es más pequeña que el apenas

se valora lo poco,

se anhela lo medido,

se descarta lo lejano…

Si el todo es más grande que el bastante

se sueña sin límite,

se desdeña cada logro,

se castiga cada fracaso…

Gabriel Barrella Rosa

Publicado por editorial Bubok

Derechos reservados de autor

LA EMBRIAGUEZ

El concepto de ebriedad o borrachera ayuda al poeta a representar los excesos de cualquier situación humana. En algunos casos a secas y otros mediante el uso, ciertamente más poético de embriaguez. En algunos casos son excesos positivos y en otros representan la decadencia más extrema.  

En mi segundo libro, “Plegarias en penumbra”, el poema LVII alude al hastío, la modorra, la rutina, en definitiva, la nada. La embriaguez sería un exceso de nada.

La embriaguez,

que pernocta

allende mis rutinas;

el empacho,

que convive

abrazado a mis costumbres;

la modorra,

que yace

nutriendo mi hastío;

la quietud,

que me lleva

sin freno ni traba

al vacío

que me espera,

me acompaña,

desconcierta

y somete.

Ebrio de nada,

sediento,

alimento mi tedio,

disfruto mis ausencias.

Ya no hay añoranzas,

la euforia es mi pasado…

Me dejo llevar.

Al fin mi arco iris

consiente los grises…

Líber Falco, en una estrofa de su poema “Extraña compañía” utiliza el término ebrio en su sentido literal de borracho:

Sin embargo, con ella a mi costado

yo amé la vida, las cosas todas;

lo que viene y lo que va.

Yo amé las calles donde,

ebrio como un marino,

secretamente fui de su brazo.

En tanto más adelante, en el mismo poema, el sentido es ciertamente figurado, donde la ebriedad invoca el exceso, cosas positivas asociadas al amor.

Mas tocaba a veces la luz del día.

Con ella a mi costado,

ebrio de tantas cosas que el amor nombraba,

como a una fruta

tocaba a veces la luz del día.

Y entre los clásicos abundan muchísimos ejemplos, como los que siguen a continuación, los que si supusieran una enunciación completa sería interminable.

“Trabajar para la muerte” (fragmento), de Idea Vilariño

El sol el sol su lumbre

su afectuoso cuidado

su coraje su gracia su olor caliente

su alto

en la mitad del día

cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo

tambaleándose y de oro

como un borracho puro.

“El mensaje perdido” (fragmento), de Marilina Rébora

El mensaje perdido

se lo ha llevado el viento, esa mano de olvido,

el pequeño mensaje que quedara en la puerta;

se fue sobrevolando, como ebrio o perdido,

la rumorosa calle, en la tarde desierta.

“Mi caballero” (fragmento), de José Martí

Ebrio él de gozo,

de gozo yo ebrio,

me espoleaba

mi caballero:

¡qué suave espuela

sus dos pies frescos!

“Habanera” (fragmento), de Mario Benedetti

Nada de eso es exceso de ron o de delirio

quizá una borrachera de cielo y flamboyanes

lo cierto es que esta noche el carnaval arrolla

y hay mulatas en todos los puntos cardinales.

“Voluntad”, de Alfonsina Storni —

Mariposa ebria,

la tarde,

giraba sobre nuestras cabezas

estrechando sus círculos

de nubes blancas

hacia el vértice áspero

de tu boca

que se abría frente al mar.

Cielo y tierra

morían,

en la música verde de las aguas

que no conocían caminos.

«Poema 9» (fragmento),  de Pablo Neruda

Ebrio de trementina y largos besos,

estival, el velero de las rosas dirijo,

torcido hacia la muerte del delgado día,

cimentado en el sólido frenesí marino.

El espejo de agua (fragmento), de Vicente Huidobro

De pie en la popa siempre me veréis cantando.

Una rosa secreta se hincha en mi pecho

Y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.

“La estrella del destino” (fragmento), de Julio Herrera Reissig —

La tumba, que ensañáse con mi suerte,

me vio acercar a vacilante paso,

como un ebrio de horrores, que al acaso

gustase la ilusión de sustraerte.

“Rosa de mi abril” (fragmento), de Ramón María del Valle Inclán

Ciego de azul, ebrio de aurora,

era el vértigo del abismo

en el grano de cada hora,

y era el horror del silogismo.

“Bordas de hielo”, de César Vallejo

Vengo a verte pasar; hasta que un día,

embriagada de tiempo y de crueldad,

vaporcito encantado siempre lejos,

la estrella de la tarde partirá!

“Mi aurora” (fragmento), de Delmira Agustini

Hoy toda la esperanza que yo llorara muerta

surge a la vida alada del ave que despierta

ebria de una alegría fuerte como el dolor;

y todo luce y vibra, todo despierta y canta,

como si el palio rosa de su luz viva y santa

abriera sobre el mundo la aurora de mi amor.

“¡Dolor! ¡dolor! eterna vida mía”, de José Martí

¡Dolor! ¡dolor! eterna vida mía,

ser de mi ser, sin cuyo aliento muero!

* * *

goce en buen hora espíritu mezquino

al son del baile animador, y prenda

su alma en las flores que el flotante lino

de mujeres bellísimas engasta:

goce en buen hora, y su cerebro encienda

en la rojiza lumbre de la incasta

hoguera del deseo:

yo, embriagado de mis penas, me devoro,

y mis miserias lloro,

y buitre de mí mismo me levanto,

y me hiero y me curo con mi canto,

buitre a la vez que altivo Prometeo.

“La higuera”, de Juana de Ibarbourou

Porque es áspera y fea,

porque todas sus ramas son grises,

yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos:

ciruelos redondos,

limoneros rectos

y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,

todos ellos se cubren de flores

en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste

con sus gajos torcidos que nunca

de apretados capullos se visten…

Por eso,

cada vez que yo paso a su lado,

digo, procurando

hacer dulce y alegre mi acento:

-es la higuera el más bello

de los árboles en el huerto.

Si ella escucha,

si comprende el idioma en que hablo,

¡qué dulzura tan honda hará nido

en su alma sensible de árbol!

y tal vez a la noche,

cuando el viento abanique su copa,

embriagada de gozo, le cuente:

-hoy a mí me dijeron hermosa.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “El triunfo de Baco”, de Diego Velázquez.

Espero volver a verte por aquí.

EL CAMBIO CONSTANTE

Un poco como continuación de la entrada anterior, trataré de brindarte otros puntos de vista a esta temática.

Parecería que el pasar del tiempo en forma acelerada es algo nuevo, exclusivo de las nuevas generaciones, amparadas en los adelantos tecnológicos y la perversidad de los fabricantes que, entre modas y obsolescencias programadas, nos mantienen en medio de una vorágine de cambios y continuas adaptaciones a estos.

Sin embargo, los poetas desde siempre le han dedicado sus versos a lo efímero de la vida, a los cambios constantes , al resistir del hombre a la propia evolución, a lo provisorio como duradero, según el incisivo decir de Eduardo Milán en un tramo de su obra “La vida mantis”, que aquí te transcribo.

El aleteo de una mariposa en Nueva York,

para siempre. Dicho así, como de pasada, dicho

así, como verdadero. El aleteo de una mariposa

en Nueva York, como de pasada.

Si quisiéramos podríamos concluir que sólo

lo provisorio es duradero. Pero no queremos.

Curiosamente, este estatus de duradero alcanzado por algo provisorio, está espléndidamente contado en el breve relato “El banquito”, de Eduardo Galeano. Si bien en este blog te tengo acostumbrado a mostrarte poemas, lo breve de esta pieza y su calce perfecto en la temática, casi que me obliga a hacer una excepción y mostrarte algo de narrativa. Aunque Galeano buscaba satirizar las burocracias administrativas y el desconocimiento de las razones de las cosas, el relato muestra cómo algo insignificante puede llegar a perpetuarse.

Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.

En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho, por algo sería.

Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca.

Transformar lo efímero y lo provisorio en algo perenne y duradero va contra natura. Lo real es que los cambios son el motor del mundo, son la carga del tiempo y a la larga, los que inevitablemente operan indefectiblemente, no se pueden impedir, a lo sumo se podrá atenuarlos por un tiempo, nada más.

Es en este concepto es que en mi poema LXXXI de “Soy el silencio”, el que puedes ver completo en la entrada anterior del blog, si bien estoy paradójicamente diciendo lo opuesto que Milán – lo provisorio es duradero – frente a la afirmación que lo único estable es el cambio continuo, en realidad se están mostrando las dos caras de una misma moneda.

Pero nada hay más estable que el cambio a cada instante,

no existen realidades guardando eternidad,

la tierra rota libre, mirando hacia adelante

y en cada giro muda otra vez su identidad.

El tiempo, la vida, la edad, los cambios, el no poder volver atrás, completan este tema en las menciones a otros clásicos que aquí te presento.

“No para el tiempo , sino pasa; muere”, fragmento, de Jorge Cuesta

No para el tiempo, sino pasa; muere

la imagen de sí, que a lo que pasa aspira

a conservar igual a su mentira.

No para el tiempo; a su placer se adhiere.

“¡Vivir en sí, qué espanto!”, fragmento, de José Martí

¡Cambio es la vida! vierten los humanos

de sí el fecundo amor: y luego vierte

la vida universal entre sus manos

modo y poder de dominar la muerte.

“La clavellina muerta”, de José Tomás de Cuellar

Surque esa clavellina el mar; y muerta

Aún fiel testigo sea

De constancia y de amor. Ayer abierta

Entre otras mil se alzaba,

Y emblema de mi fé simbolizaba

De mejor porvenir la dulce idea.

¡Oh cuanto es inestable

La humana suerte, y triste y transitoria,

Cuanta mudanza en la pequeña historia

De una vida tan corta y miserable!

Yo que, gozoso soñador, un mundo

Miro brotar de la primera hora

De nuestro inmenso amor, y que la aurora

De eterna luz creía

El primer resplandor de aquel fecundo

“Sobre el poder del tiempo”, fragmento, de José Cadalso

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,

todo cede al rigor de sus guadañas:

ya transforma los valles en montañas,

ya pone un campo donde un mar había.

“Infancia”, de Líber Falco

Vivías en una casa grande.

Grandes pájaros asomaban a tus ventanas.

Y como su todo por primera vez

por vez primera todo se aprestara a vivir

cada mañana de nuevo y siempre

descubrías las cosas y los seres del mundo,

de nuevo y siempre cada mañana siempre.

Mas, el tiempo pasó.

Pasaron días y días; tiempo y tiempo.

Y vino, y sobrevino la noche.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “La persistencia de la memoria” de Salvador Dalí.

Espero volver a verte por aquí…

LA INTERVENCIÓN DEL HOMBRE, LOS CAMBIOS Y EL MEDIO AMBIENTE

La reciente pandemia, que nos hizo reflexionar sobre las fuerzas naturales contra las que el hombre no puede luchar, y ganar tan fácilmente, la guerra, siempre inexplicable, pero siempre justificada por ambos bandos y la evolución del mundo, siempre avanzando hacia la aparente superación, al dominio de la naturaleza, no nos hace otra cosa que esperar la respuesta de ella. El hombre no solo está en guerra con el hombre, también lo está con la naturaleza y, aunque crea que va ganando, es evidente que va perdiendo. El cambio climático, cada vez más innegable es una de las tantas pruebas de ellas.

La poesía se ha ocupado de todos estos temas, ya desde la definición de un clima agradable e ideal como de su destrucción por el hombre.

El poema LXXXI de mi libro “Soy el silencio” aborda los cambios, veloces, de la naturaleza, no exento de la incidencia de la mano del hombre.

Podrá quizás la lluvia arrasar con las pisadas,
las huellas que el camino al tiempo le mostró,
podrá el trueno opacar las voces elevadas
o el rayo la luz que la luna enrostró.

Podrá alterar el mar el contorno de la costa,
o el fuego los maderos reducir a cenizas,
o tornar en esqueletos a las plantas, la langosta,
y un año de sudor, en horas hacer trizas.

Podrán las golondrinas esquivar el invierno,
perdiendo el placer verdadero del verano,
podrá también el hombre sublimar su infierno,
podrá el cincel del tiempo tallarlo veterano.

Pero nada hay más estable que el cambio a cada instante,
no existen realidades guardando eternidad,
la tierra rota libre, mirando hacia adelante
y en cada giro muda otra vez su identidad.

No hay nada que resista la fuerza liberada
del cambio tan solo del tiempo al pasar,
no existe la dicha, permaneciendo inmutada,
ni la angustia que un día no se pueda borrar.

Como no podía ser de otra manera, los clásicos ya se viene ocupando del clima y el hábitat, descriptivamente cuando nuestro mundo era envidiable y, más acá en el tiempo, con los primeros síntomas de deterioro, así como el recurrente tema de la guerra, uno de los eventos más agresivos contra el planeta.
Veamos algunos ejemplos:


Voces de mi copla VIII – n clima, de Juan Ramón Jiménez

está el cielo tan bello,
que parece la tierra.
(Dan ganas de volver
los pies y la cabeza.)


Valle de Yabucoa, fragmento, de Evaristo Ribera Chevremont


Valle que al clima tórrido, basto y vital conformas
tus anchurosidades y tus renacimientos.
Valle que al clima ofreces tus multiformes formas;
formas de exuberancias y de desbordamientos.
Viajero, fragmento, de Vicente Huidobro
Qué clima es éste de arenas movedizas y fuera de su edad
Qué país de clamores y sombreros húmedos
En vigilancia de horizontes
Qué gran silencio por la tierra sin objeto
Preferida sólo de algunas palabras
Que ni siquiera cumplen su destino

Contra la guerra, de Manuel de Zequeira —

De cóncavos metales disparada,
sale la muerta envuelta en estampido
y en torrentes de plomo repartido
brota el Etna su llama aprisionada.

El espanto, el dolor, la ruina airada,
al vencedor oprimen y al vencido,
huye esquivo el reposo apetecido,
solo esgrime el valor sangrienta espada.

El hombre contra el hombre se enfurece,
su propia destrucción forma su historia,
y de sangre teñido comparece

en el sagrado templo de la gloria.
Cese hombre tu furor, tu ambición cese,
si al destruirte a ti mismo es tu victoria.

Combatiente empedernido, de Emilio Bobadilla (fragmento)

Y el hombre contra el hombre, su hermano, inventa medios
de destrucción: cañones, dinamita, fusiles…
Con que pone a su vida y su riqueza asedios,
a rendirse obligándole en condiciones viles.

La flor y la muerte – Miguel Hernández

¡Pobre flor! ¡ Qué mal naciste!
¡Qué fatal que fue tu suerte!
Al primer paso que diste
tropezaste con la muerte
.
 
El dejarte, es cosa triste
el cogerte, cosa fuerte,
pues dejarte con la vida
es quedarte con la muerte

La primavera ha venido, de Rafael Alberti


La primavera ha venido
dejando en el olivar
un libro en cada nido.
Vivir leyendo, leyendo
mientras la paz en el mundo
no se nos vaya muriendo.
Paz, paz, paz para leer
un libro abierto en el alba
y otro en el atardecer.

Paz, de Alfonsina Storni


Vamos hacia los árboles… el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.

Y, para cerrar, te muestro un poema inédito de mi autoría (derechos reservados de autor).

LA CULPA DEL HOMBRE (Gabriel Barrella Rosa)

Nuestro endeble mundo es templo donde los ancestros
nos legaron años de diario vivir cuidado;
como si la herencia fuera un caso olvidado,
es que ahora el hombre le da empujones siniestros.

Resulta todo un arte habitar en convivencia,
junto a tantos seres vivos que no tienen dueño
mientras el hombre soberbio no cede su empeño
porque tan solo busca saciar su apetencia.

Majestuosos los bosques, límpidos los ríos
son solo un relato que ya muy pocos recuerdan,
y pese a que tantas cosas valiosas se pierdan
la corteza se desviste en predios baldíos.

Despojar, extraer y regar los descartes
solo nos muestra un camino de incierto destino,
al amparo de industrias de un poder mezquino
cuyos avaros dineros son sus estandartes.

Cuando sube el calor, se socava la vida,
mientras los mares suben, agrediendo las costas,
por decisiones que cargan miradas angostas
y tan solo agravan del universo su herida.

El hombre es el culpable de tamaña avería,
solo él aniquila lo que el tiempo erigió,
empero es el único que fundamentó
aprendizaje que pueda salvarnos un día.

NOTA: La imagen corresponde a la pintura “Desolation”, de Thomas Cole.

Espero volver a verte por aquí.